miércoles, 29 de septiembre de 2010

El último tango en Burriana


Tras mucho retardarlo por fin he terminado de leer La Novela. Y digo la novela porque no quiero desvelar su título, y digo La Novela porque creo que es el mejor libro que he leído este año. Es una sentencia de poco valor si no se informa del resto de cosas que han pasado por mis manos, mis ojos y, por qué no, mi corazón, en estos meses que llevamos, ya muchos. Y es que ya está aquí el otoño. No quiero hablar de eso. 



Por decir dos, han sido muchos, algo raro en mí, que soy tan perezoso como inconstante, nombraré El hombre que se enamoró de la luna y El poder del perro. Dos obras maestras. Sin contestación. Cuando acabé cada uno de ellos dije lo mismo que ahora digo sobre La Novela. Pero de ésta lo he dicho después. El tiempo importa. El otoño ya está aquí.



Si no digo el título es porque C lee esto y ya desde el primer capítulo supe que ése era el libro que le iba a regalar en el próximo Sant Jordi. Queda mucho tiempo, y podía leerlo ahora (la edición que tengo es de mi hermano y a él no le importará que se lo devuelva un poco más tarde) y luego yo regalarle cualquier otro. Hay tantos, y tan buenos. Pero tiene que ser ése.

También podía regalárselo mañana, pero nosotros nos regalamos libros en Sant Jordi. La sorpresa está bien y no ser como todos los demás también, pero mejor que la sorpresa es la espera del regalo y ser diferente a los demás tan sólo por no ser como los demás es una estupidez. Así que esperaré. Y el próximo 23 de abril ella desplegará el papel de regalo con cuidado y verá una portada blanca con un barco dibujado en ella. Y yo estaré realmente nervioso.

Mi abuelo Francisco le contó a mi madre y luego mi madre me contó a mí, que conoció a la abuela María cuando tenían 15 años. Supo que no conocería  nadie igual, por eso decidió decirle que no todas las veces que alguna amiga de ella se acercó a él para preguntarle si quería hablar con mi abuela, por entonces joven y bonita, y aún ya abuela. Recordar es lo que tiene, que mezcla imposibles y los hace parecer lógicos y hasta enternecedores. Según decía, él tenía muy claro que si bailaba con ella entonces, jamás podría volver a bailar con 70 años. Y eso era algo que él no podría soportar. Los dos murieron antes de llegar a lo 55, mi abuelo antes, las viudas son legión, y el sueño de mi abuelo no se cumplió. No en parte, porque mi madre siempre dice que, estando él ya en la cama esperando su hora, mi abuela hizo salir a todos de la habitación y los tuvo fuera el tiempo que duró una canción de Gardel. Nunca le dijo a nadie lo que allí ocurrió.



Hace un par de años pasamos una mala racha en casa, pasé mucho tiempo con mi madre y hablamos más de lo que lo habíamos hecho el anterior entero. Me contó la historia del abuelo, que aplazó el deseo inmenso, para convertirlo en amor infinito. La historia de Gardel ya la conocía de antes. No me costó mucho tiempo atarlas, unirlas y sonreír por mi abuelo. Supe que morir casi siempre es una mierda, pero que no todos se van de la misma forma. Con la misma angustia.

Sé que en el fondo no tiene nada que ver. Pero me he acordado de esta historia al decidir por fin que C no lea La Novela, ni sepa de Ella, hasta el próximo Sant Jordi.

Dentro de 7 meses os contaré qué le ha parecido.




Pd. Aunque no lo parezca esto es un homenaje a La Novela, es la mejor forma que se me ha ocurrido de hablar de ella sin decir nada, sin contar nada, sin mentar ni una sola línea de lo que contiene.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Leaving Time


Hoy he indultado a Ana Rosa Quintana. Por lo menos le concedo el beneficio de la duda. No como presentadora, ni como repeinada, ni mucho menos como inseparable de Maxim Huerta, al que por cierto aún recuerdo en el telediario de madrugada de T5, todo seriedad y compostura. Me pregunto si de vez en cuando aún se pondrá en casa alguna grabación de por entonces, sentado en el sofá, vestido con batín y nada más debajo, con una copa de vino en una mano y con la otra acariciando un gato bien peludo y blanco. Una especie de Dorian Gray versión Lecturas. Me lo pregunto pero prefiero no saberlo.




            (no tiene nada que ver pero quiero dejarlo escrito: no me gustan las preguntas porque generalmente cada una de ellas guarda muchas respuestas y entonces se vuelve casi imposible dar con la acertada. Por eso mismo me entusiasman las matemáticas. Porque son todo lo contrario)

            Pero estaba con Ana Rosa. Y hoy la he indultado de su famoso caso del negro que le escribió la biografía. Sé que ella declaró, pero también sé que en el corredor de la muerte hay al menos un 70% de inocentes que también terminaron aceptando su culpabilidad.
           
            Y para ello os contaré lo que me ha pasado hoy. Porque hoy ha sido un día muy negro, y el cielo lo ha acompañado. El cielo puede ser muy cruel, pero nunca es ni más ni menos de lo que es. Eso no lo exculpa, para nada. Eso… otro día hablo de este tema.

            Empezó ayer, cuando decidí dar un giro brusco a la novela. Si bien me estaba gustando bastante lo que estaba saliendo, me di cuenta de que si uno quiere trascender tiene que ser valiente. Y valiente a veces pasa por intentar hacer algo distinto a lo que se ha hecho muchas veces, sobre todo porque la historia de la vida es muy larga y el mundo muy grande para que no haya al menos 842.000 personas que hagan mejor que tú cualquier cosa que estés haciendo.

            El caso es que hace un momento hablaba con C por el Messenger y le explico todos los cambios que he programado, cambios sustanciales e importantes, convirtiendo un simple cuento fantástico-trágico en un libro extraño que mezclara ese mismo cuento, realidad, metaliteratura, novela ilustrada, cómic de superhéroes, pop, mucho pop, sexo, asesinato, Tele5, prensa del corazón y sección de sucesos del periódico. Cada cosa que le iba apuntando ella me decía: eso es como el libro que estoy leyendo o: aquí pasa esto, es parecido. Hasta que al final ya era algo como: deja de escribirlo de momento, espera que lo acabe porque creo que eso que me cuentas pasa exactamente así en esta novela.

            Lo curioso es que la idea no es la misma, o sea, la ropa con la que había pensado yo vestir la historia y que usa él no se parecen en nada. Son los hechos concretos los que son casi idénticos. Mi libro y ése son como dos gemelos que separaron al nacer y que ahora se encuentran y con sólo verse se reconocen. Sólo que aquí, al saberse acaban odiándose, y los dos gemelos tal vez acaben queriéndose. Y entonces C me ha dicho:

            -Qué fuerte

            -Qué –le he dicho yo.

            -Que aquí los protagonistas son dos gemelos, no sólo son iguales las historias sino que también coinciden las comparaciones que haces.

            Me he venido abajo



            Una vez más la casualidad se cruza en mi vida. Y ya son unas cuantas. Porque no sólo da la casualidad de que ese escritor y yo hayamos pensado lo mismo, sino que C tenía ese libro un año en el trabajo y nunca se había puesto a leerlo y hace una semana en la hora de la comida no tenía nada que hacer y se puso con él.

            Ya he pensado lo que estáis pensando. Que C un día de éstos me ha contado de qué va el libro que se está leyendo. Pero lo hemos repasado y estamos seguros de que no ha sido así. No ha sucedido eso.

            Puede que Ana Rosa fuera culpable. En realidad no me importa. Pero sé que yo no lo soy y ella sigue presentando un programa de éxito y ganando una buena pasta y yo me he quedado sin el libro que llevo un año escribiendo. Un año difícil porque lo he empezado 3 veces y las 3 lo dejé cerca de la página 70. Y esta vez era la definitiva, ésta era la única que podía ser.

            A ver cómo le cuento esto a Neus. Que lleva medio año preguntándome por él para poder empezar a dibujarlo.




            Pd. Era inevitable, llevo media tarde escuchando este disco.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Sobrasada entre los dedos

Todo ha empezado cuando he salido a almorzar a las 11 de la mañana. Iba fumando por la calle, no recuerdo ahora si era a la ida o a la vuelta, y en una esquina justo delante de la Panadería Nacher había un charco de sangre bastante grande. La mayor parte de él estaba ya seco, pero aún había algunas zonas húmedas. La sangre espesa invita a ser tocada con la punta de los dedos, pero he mirado a ambos lados de la calle y había demasiada gente para permitirme actuar como un loco.
           
            He pensado que alguien ha podido morir en aquella misma esquina la noche anterior. pero mi pueblo es muy pequeño como para que algo así no haya trascendido. Más aún trabajando en un banco donde se da más a la lengua que dinero.

            Ahora sé que iba a almorzar porque recuerdo que se me ha quitado el hambre. Más cuando mi madre me había preparado un bocadillo de sobrasada. Adoro la sobrasada pero no he podido evitar tocarla con la punta de los dedos y embadurnar las yemas con ella. Antes he mirado a ambos lados, y sólo estaba Ana Rosa Quintana, en la televisión, con su pelo de cartón. No he podido evitar imaginarla follando con Garci. Estuvieron casados. Los dos me dan bastante asco. Pero Qué Grande es el Cine era mi programa favorito de la televisión hace 10 años. Tal vez porque en él se fumaba.


            
(aquí iba una foto de Garci en su programa fumando)

            He dado un rodeo bastante grande para volver al trabajo. No sé si me daba más miedo encontrarme otra vez con el charco o que por el contrario ver que el charco no estaba y que probablemente nunca hubiera estado allí. A veces esas cosas pasan. Y uno se come la cabeza, y es grande pero se traga casi sin masticar.
           
            Luego en el trabajo atendía a la gente sin pensar en lo que hacía. Eso me pasa mucho. Algún día me echarán, y yo tendré que mentir para argumentar una defensa sólida. Podría llegar a llorar por recuperarlo si hiciera falta. El trabajo es un trabajo como todos los demás, pero me deja las tardes libres y pagan siempre antes del último día de mes.

            A veces no sé si muestro con la cara lo que llega a afectarme lo que estoy pensando. Pero conforme corto con el pensamiento trato de recordarme como si pudiera verme y siempre me da la sensación de que sí lo he hecho. Si es así, hoy mis clientes pensarán sobre mí cosas que prefiero no saber. Ha sido cuando pensaba que esa sangre podría ser mía y que no quiero morir en una esquina y encima que al día siguiente nadie diga nada sobre lo ocurrido. No quiero morir y desaparecer dejando tan sólo un charco de sangre. No quiero que mi madre haga bocadillos de sobrasada a la mañana siguiente de perder a su hijo.

            He pensado luego que esa sangre podría ser de C, y ahí es cuando estoy seguro de que algo he hecho con la cara, porque me dolía el pecho como cuando tienes un catarro fuerte provocado por el tabaco y toses y parece que el pulmón se te agriete. Pero sin llegar a partirse, tal vez para poder volver a toser y sentirlo de nuevo. A ella no le gusta que piense esas cosas, pero yo no las pienso, a mí me vienen y yo tan sólo las remato. Eso se lo he explicado muchas veces. Pero a ella ni tan siquiera le gusta el futbol, supongo que lo que le gusto soy yo. Y eso está bien. Eso es perfecto. Pero a mí nunca me dejan de llegar centros perfectos.


(aquí iba una foto de Javier De Pedro)



 Pd. Iba a seguir pero me tengo que ir, hoy celebramos nuestro 4º aniversario. Hoy es un día especial. Hoy no puedo morir. Hoy nadie debería morir.

Pd2. esta premura al marchar es la que ha impedido que se busquen y cuelguen las fotos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Una forma como cualquier otra de dar comienzo a una obsesión eterna

Se hace difícil volver a escribir cuando uno hace un tiempo que no lo hace. Seguro que alguno ha dicho alguna vez que eso es como montar en bicicleta, que no se olvida nunca, y puede que no le falte razón, pero es muy probable que también se me hiciera complicado mantenerme erguido sobre una bici. Puede hacer más de 15 años que no montó en ninguna. Es más que probable que me dé miedo, pero ni lo pienso, ¿para qué si es muy probable que nunca vaya a volverlo a hacer?

Sí que volveré a escribir, lo estoy haciendo ahora y volveré a hacerlo. Se hará difícil o no, pero lo que importa aquí es la necesidad, y la necesidad es inevitable y que así sea siempre.

Cosas que necesito: escribir, querer, que me quieran, comer arroz, escuchar al menos una vez al mes a Nacho, Planetas, Micah y los Smiths, ver una vez al año Donnie Darko, Casablanca, releer Lo Peor de Todo, a Bukowski y a Fresán con relativa frecuencia, perder la noción de humanidad y de consciencia, ir al Primavera Sound, La Real (hoy jugamos y ya estoy nervioso, dadme fuerzas), sexo (ay, ya lo puse en segundo lugar), sentirme mal por otra persona y bueno, saber todo cuando me han lanzado la piedra; alguna más que contaré otro día.



Recuerdo que empecé a escribir porque me obligó mi profesora de valenciano Carmen Rufino. Nos pidió un relato al estilo de La Plaça del Diamant de Mercé Rodoreda, yo no leía nada y no me leí ese libro tampoco, así que tuve que inventar. La semana antes me había leído Lo Peor de Todo de Ray Loriga, yo hasta entonces no leía nada, podría hacer varios años desde que acabé el último libro, seguramente alguno de Agatha Christie, y un día estaba muy aburrido en casa y en la mesita de mi hermano estaba ese libro. Cien páginas escasas, letra gorda, capítulos cortos, ¿por qué no? Pensé, y en 2 horas lo leí. Así que cuando me mandaron el trabajo pasé del estilo que me pedían y copie el de ése libro. Lo leímos en clase, yo no lo sabía que eso iba a ser así, por lo que cuando lo dijo empecé a sudar, yo estaba sentado el último de la última fila y me pasé el rato mirando el reloj y rezando para que no les diera tiempo a llegar hasta mí. El resto de cabrones de mis compañeros (alguno que otro incluso amigo) había escrito un folio escaso y la cosa iba rápida. Yo tenía al menos 10, conforme lo pensaba peor me sentía. Cinco minutos antes de la hora leyó Adrián que era el anterior a mí, cuando terminó Carmen Rufino me dijo que empezara, le dije que era muy largo y que no iba a dar tiempo, ella, con la poca fe que le daba el poco nivel de todo lo leído anteriormente me dijo que no me preocupara, que leyera hasta donde llegara. Así que empecé, cuando iba por la página 4 sonó el timbre, yo me paré y empecé a guardarlo todo. Entonces me dijo que esperara, y dirigiéndose al resto de la clase les preguntó si querían que siguiera, y que quien quisiera se podía ir. Se quedaron todos, a algunos los odiaba todo el tiempo, a todos los odie en ese momento. Tuve que terminar, era la última hora y esperaron todos y al acabar rompieron en un aplauso. Sentí entonces lo que no he dejado de sentir ya nunca, sólo que ahora ya no necesito el aplauso de nadie (aunque nunca viene mal), me vale con terminar un cuento y tener la satisfacción de que sea bueno o malo, es lo mejor que a día de hoy puedo a hacer.



Hay algo que lo hacía mucho peor, la chica a la que iba dirigido el cuento, la protagonista, estaba sentada 4 sillas a mi derecha, y yo, estúpido como era, disfracé su nombre de forma lamentable, y la describí exactamente tal y como era en la realidad.

No se dio cuenta.

O no quiso.

Luego hicieron el concurso literario por Sant Jordi. La misma profesora me dijo que presentara el relato, le dije que no, que menuda vergüenza si ganaba (en el fondo no es más que ego, ya fuerte y con sólo un cuento), entonces ella arremetió, si presentaba el relato y ganaba me subía un punto la nota. Yo, materialista como siempre he sido dije que vale. Y así lo hice. Gané, y me tocó salir a un escenario a recoger el premio. Bajando por las escaleras escuché a una chica que decía: qué asco de tío, y con todo lo bonito que fue aquel día eso es lo único que recuerdo con verdadera claridad.

El premio eran 10.000 pesetas en discos, Cogí cuatro para mi madre y dos para mí, uno de ellos era el Transformer de Lou Reed.




No escribí nada más en todo un año, pero a falta de una semana para el siguiente concurso, a mediados de abril, escribí otro. Volví a ganar. Me creí el ombligo del mundo, y empecé a escribir mucha mierda y a mandarla a concursos de verdad, creí que ganaría de calle, pero los perdí todos, así que un año después dejé de escribir. Lo dejé para siempre, hasta que 5 años después, un día leyendo a Hank algo me impulsó a levantarme y a lanzarme contra el ordenador. Escribí 7 cuentos en una tarde, 5 de ellos acabarían 7 años después en mi primer libro. Y ahora ya sé que nunca lo voy a dejar, no al menos para siempre.



Y bueno, con esto no vengo a decir nada, quizá tan sólo que uno tiene que tener claras sus necesidades y dejarse llevar por ellas, porque ¿para qué luchar contra algo que es mucho más fuerte que tú? Es muy épico pero más estúpido.

Y lo dicho, Gora Erreala!