viernes, 29 de octubre de 2010

Señora, no soy cobarde, es que el perro me mira mal y babea

Giorgio se ha despertado. Ha sido esta madrugada. No podía ser a otra hora. Lo primero que ha dicho es: Sois todas unas putas y por eso os quiero tanto. Se me ha hecho extraño tener a su madre enfrente contándomelo con esa cara de alegría. Ha repetido las frase varias veces y después de cada una de ellas se descojonaba. De todas formas aún tardará a salir del hospital. Cuando me he enterado me he salido del trabajo, he cogido el coche y he quemado la carretera. No une el amor sino las desgracias. Hace un rato he llamado al resto de amigos y se lo he contado. Mañana por la mañana hemos quedado unos cuantos para ir a verle. Por fin tienen un momento. Luego por la noche lo celebraremos todos. Giorgio evidentemente aún no. Aún le quedan unos días de cama. Sólo espero que cuando se reincorpore a la vida pueda volver a ser el mismo, aunque eso necesariamente le lleve de nuevo al hospital. A morir pronto.

            Cuando he vuelto al trabajo no he recibido demasiadas buenas caras. Las cosas no están bien por allí. Pero trabajar es una mierda y tal vez lo extraño fuera lo otro. Lo que había pasado hasta ahora. Me acostumbraré. Puede que me salga algún cuento de toda esta situación. No voy a dar más detalles. Me da asco la situación y cierta gente.


            Nada más entrar en la oficina me han enviado a visitar a unos clientes. Recoger firmas de octogenarios postrados. Es bastante desagradable. Se echan a llorar y sus casas huelen mal. A veces están acompañados por un familiar pero la mayoría de las ocasiones te abre la puerta una inmigrante. Me dan lástima ellos y también ellas, que tendrán que limpiar todo por 5 euros la hora.

            Cerca de la última casa un perro se ha puesto a seguirme. Padezco Cinofobia (lo acabo de descubrir ahora al investigar en esta web) desde siempre. Aún así, cuando tenía unos 9 años, decidí que necesitaba una coartada que lo justificara todo. No tuve que inventar demasiado. Dos años atrás mi madre y mi tía nos llevaron a pasear por el puerto. Iba con mis hermanos y mi primo Roberto. Todo era normal hasta que vimos a un Pastor Alemán (siempre que escucho esta marca de perros pienso en el buen Wolf cuidando de sus ovejas, me río un rato yo solo y después me viene a la cabeza este suceso y entonces agrieto el gesto) escapándose de un chalet. Vino hacia nosotros. Le caía baba blanca de la boca. Lo primero que encontró fue a mi hermano mayor. Su culo más bien. Todos gritábamos pero sólo mi madre y mi tía hacían algo. Luego vino el dueño y consiguió calmarlo. Mi madre aún recuerda el momento exacto en el que mi hermano, a pesar de estar pleno verano, peleo por conseguir que le dejaran ponerse unos pantalones vaqueros. Eso le salvó, añade mi madre. Y la solemnidad nos invade. 


            Eso es lo que cuento cuando alguien se ríe de mí por tener miedo a los perros. Es empezar a contarlo y borrar todas las risas. Yo le meto algo de sangre al asunto. Y a veces siento que casi me vana pedir disculpas.
            El caso es que el perro me ha venido detrás, un buen rato, era grande y fuerte, todo negro. He acelerado el paso y él ha hecho lo mismo, casi he corrido y él ha corrido. Lo tenía cada vez más cerca y cuando no he aguantado más me he metido en una agencia de viajes y rápidamente le he estampado la puerta en la cara. La chica que había allí dentro al verlo todo ha dicho: Joder que cacho perro. En otra situación me hubiera gustado que se estuviera refiriendo a mí, pero resulta evidente que no era así. Otra vez será. El caso es que no sé por qué yo he dicho: ¿Perro? ¿Qué perro? Ella entonces se ha puesto muy seria, profesional diría yo, y entonces claro, ha dicho lo que tenía que decir: Pues tú dirás entonces en qué te puedo ayudar.

            Y claro, ahora tengo que explicarle a C que he dado una entrada para un fin de semana en Ciudad Real. Era el destino más barato de todos.


           
            Al salir he maldecido al perro, y a la cinofobia (aunque por entonces no sabía que se llamaba así) y sobre todo, a esa imposibilidad mía a salirme de las tiendas con ese escueto me lo pensaré.
           
            No es tan difícil. No Alfonso. No lo es.

martes, 26 de octubre de 2010

No sé si es un cuento o un capítulo de una novela (Taste Of Cindy)

Cindy me ha dicho que vendría en una hora. Me ha parecido mucho tiempo. Eso al principio, al cabo del rato ya no lo era tanto. No es mucho una hora cuando se espera algo tan intrascendente como Cindy. Supongo que ella pensaría lo mismo de mí si no me dedicara a lo que me dedico. Si siendo yo igual que soy ahora acabara de llegar de la oficina y le contara mis problemas y toda esa mierda que uno siempre se lleva a casa después de estar 9 ó 10 horas trabajando, Cindy no contaría los minutos que le quedan para llegar aquí. Y además me cobraría.
            
 Cindy mide metro sesenta y es rubia y se parece a Cindy Lauper en los 80. Ella lo sabe y se peina igual y en los karaokes siempre canta Girls Just Wanna Have Fun. Dudo que nadie de los que van a los karaokes sepa cómo era Cindy Lauper, pero es bonita, más que ella, y siempre lleva la falda corta y desde abajo del escenario se le ven las bragas. Ella se crece cuando los hombres se acercan a la tarima y la jalean y tratan de tocarle la rodilla o un pie. A veces si se pasan les da una patada en la boca y entonces alguien tiene que sacarla del lío. Si no hay nadie dispuesto la acaban echando y se va a casa con un ojo morado y medio llorando.
           


Evidentemente no se llama Cindy. Ella es rusa y tiene un nombre que nunca seré capaz de pronunciar. A veces la llamo y viene y follamos un rato y luego me hace unas patatas bravas y fríe algo de bacon o hamburguesas y comemos los dos juntos antes de meternos un viaje y tumbarnos en la cama. Si es muy fuerte nos dormimos y al despertar la veo allí a mi lado y sólo tengo ganas de que se vaya y la invito a largarse de forma brusca. Nunca se va con un ojo morado pero sí a veces llorando, y hasta que me ducho es una imagen que me duele bastante y que por mucho que lo intente no consigo quitármela de la cabeza.
             
Al final ha llegado, le he abierto y he vuelto corriendo a terminar de leer una entrevista a Joaquín Reyes. Uno de esos cuestionarios con diez preguntas ingeniosas que obligan al entrevistado a ser ingenioso. Al final todos suelen acabar haciendo el ridículo. Él sale bastante airoso. Cindy llama a la puerta, sólo me quedan dos preguntas. Vuelve a llamar. Termino. Dejo la revista a un lado del sofá y voy a abrirle.
           
Bajo el marco de la puerta, completamente empapada por la lluvia, parece digna de sentir lástima por ella. Alguien que enamora al protagonista en una película de amores imposibles que nos parecen tristemente posibles desde el primer plano. Dice hola, entra y pasa de largo.
             
Voy tras ella, está sentada en el sofá con el mando en la mano. Pasa rápido los canales que están emitiendo las noticias. Se para en alguno de zapping pero luego termina por cambiar igual. Está mojando el sofá, pienso en invitarla a que se seque, pero prefiero lanzarme sobre ella. La idea era una pero al final caigo encima de sus piernas de forma torpe. Ella me aparta y me dice que hoy no le apetece follar.
             
Vemos un rato la tele aunque no vemos nada en concreto. Después me pregunta si tengo hambre, yo le digo que bastante, y entonces se levanta. Yo sigo leyendo el dominical y al cabo del rato me llama, voy con ella a la cocina.
            
 Nunca hemos follado en la cocina, pienso.
         
   -¿Qué tal el día? –me dice con ese acento de actor de doblaje en una película sobre la guerra fría.

-Como todos supongo.

-Qué aburrido, por Dios.

-¿Has hecho tú algo interesante?
           
-Mi trabajo siempre es interesante.
           
-Siempre lo suelen ser las cosas que casi nadie haría. El desconocimiento sobrevalora las cosas.
          
  Acaba de hervir las patatas, ya cortadas a dados. Siempre 7 minutos y medio. El aceite ya chispea sobre la sartén. Cuando añade las patatas el sonido se dispara y comienzan a saltar gotas de aceite en todas direcciones y ella se aparta un poco hacia atrás. Siempre que eso pasa pienso en alguien que está siendo frito vivo. Luego la cosa se calma y vuelve a tomar el mando. Echa sal, un poco de pimienta negra y mucho pimentón dulce. Las tiene mucho rato y de vez en cuando les da la vuelta. Cuando al tocarlas con la cuchara tiene la sensación de tocar madera contra madera, las saca del fuego. Luego, en un vaso mete dos cucharadas de postre de allioli y un poco del aceite que ha usado para freír las patatas, lo mueve todo y con la pasta resultante unta las patatas con cuidado de que todo quede bien impregnado. Cindy hace las mejores bravas de toda la ciudad.
           
Cenamos en la cocina. No decimos gran cosa. Ella me habla de cosas que le han contado sus clientes. Y como siempre aprovecha para dejar caer algo para que yo entienda que quiere que sea su chulo. Yo le digo que no quiero meterme en esas cosas. Después de eso siempre estamos un rato callados. Al terminar dejamos los platos en el fregadero y salimos de la cocina.
             
Nos sentamos en el sofá, intento meterle mano por debajo de la minifalda pero ella me la aparta de forma brusca. Hoy no, me dice, y yo obedezco.
             
Luego apaga la tele y se da la vuelta hacia mí. Horatio estaba a punto de descubrir al asesino pero a ella le ha dado igual. A mí no pero creo que quiere que follemos y entonces no le digo nada.
            
 -Cuéntame algo de tu pasado. De cuando eras niño.
             
-Como quieras, pero tú nunca serás Mar.
           
Me ha dado una bofetada y luego se ha puesto en pie, ha cogido su chaqueta y sale del salón. Escucho que abre la puerta pero que no la cierra. Sigue allí, espera que vaya tras ella. No lo hago. Al final vuelve.
            
 -¿Tienes algo?
          
  -Siempre hay algo. Pero hoy no has pagado por ello. Lo apunto en tu cuenta –le digo mientras sostengo en alto con los dedos un chivato con medio gramo de coca. Lo zarandeo levemente. Y sonrío.
          
  -Eres un cabrón de mierda.
          
  Lo dice con mucho odio. Casi rabia. Una dignidad que no la creía posible en ella y que sólo pierde fuelle por su acento de chiste. Por unos instantes siento algo parecido a tener ganas de querer abrazarla.
           
 Pero toma el chivato con su mano y se larga. Y Cindy vuelve a ser sólo Cindy.

lunes, 25 de octubre de 2010

Friend in a Coma

Giorgio está en el hospital. Vengo de allí ahora. He corrido como nunca con el coche para que nada de lo que tengo pensado poner aquí se me olvide. También para dejar lejos ese olor a desinfectado que tienen todos los hospitales. Ese olor a casimuerto. O a esperanza, que viene a ser lo mismo. La esperanza es el peor sentimiento del mundo porque sólo se tiene de verdad cuando las cosas van rematadamente mal.

El sábado entró en una especie de sueño profundo que su madre se niega a llamar coma. También me ha dicho que no sabe qué es lo que le pasa pero que es algo que le pasa a mucha gente. Es algo súbito, ha dicho al final. Y yo le he respondido que lo siento mucho.

            Ella no tiene ni idea lo acertado de su comentario, porque si algo es Giorgio (que es muchas cosas) es súbito. Él es el artista de lo inesperado y ahora está en una cama de hospital. Con habitación propia y sin tele. Sólo pueden entrar familiares de primer y segundo rango. No he entendido esto muy bien, porque hay quien tiene unos padres que son unos hijos de puta y tienen grandes amigos. También los hay que no tienen nada de esto, pero no es el caso que nos ocupa. 

Yo de todas formas tampoco conozco a tanto a Giorgio como para entrar a verlo en la UCI. O sí que lo conozco pero no lo quiero. No de esa forma que hay que querer a alguien como para tener el estómago o la obligación (también necesidad, pero menos) de querer ver a alguien moribundo.

            De todas formas no creo que se vaya a morir. No es la clase de muerte que uno espera de alguien como él. Sí las causas, obvias y evidentes, pero la forma para nada. Él debe morir al aire libre y en un hospital el aire es de todo menos libre. 

La muerte de Giorgio tiene que ser presenciada al menos por 2 personas. Y una de ellas lo conoce lo suficiente como para no olvidar la escena en toda su vida.

            Ya dije en este blog que Giorgio moriría pronto, o por lo menos antes que nadie que yo conozca lo suficiente como para sentarme en banco en su entierro.Él es alguien realmente especial.

            La madre de Giorgio me ha abrazado y luego, o mejor mientras, se ha derrumbado. Te sientes raro y bastante mal cuando alguien al que no conoces demasiado se pone a llorar encima de ti. Te sientes peor cuando no te ves con fuerzas de devolverle el abrazo y te quedas con los brazos tiesos y muertos apuntando al suelo. Dejándola llorar. Y dice cosas poca probabilidad de ser ciertas.

            -Jorge no se merecía esto.
           
            -Jorge era un buen chico.

            -Jorge te quería más que a nadie.

            -Jorge y tú.

            Y algunas más.

            La madre de Giorgio no es una hija de puta como lo deben de ser algunos padres ni tampoco inocente.

            Lo único que le pasa a la madre de Giorgio es que le duele. Le duele desde hace mucho tiempo.Y se inventó tantas cosas para anestesiarse que ahora no tiene forma de soportarlo, porque el golpe más fuerte nunca es un golpe más. Y muera o sobreviva no será el último. Él permanecerá en su memoria, y en todas los recuerdos que ella rememore aparecerá sonriendo y así es imposible que nadie pueda levantar cabeza.

Ella se hundirá.

            De un tiempo a esta parte la vida de algunas de las personas más cercanas a mí se está desmoronando, y no puede dejar de sorprenderme cómo estando yo tan cerca de todas ellas, no es la mía la que cae por el precipicio.

            Y lo veo todo desde la cima de la montaña.

            Y me da vértigo. Por primera vez.

            Y me escuece su vida hasta quemar la mía. 

 He llamado a los demás y les he dicho lo que ha pasado. Nadie lo sabía. Y nadie parece tener la intención de acercarse hasta el hospital, y yo le he prometido a la mujer que mañana nos pasaríamos todos.

La boca me pierde. Dice C que no es la boca, que es la bondad. Y sería bonito y casi emocionante que tuviera razón.


pd. no hay fotos. Tampoco canciones.

pd2. al final quedaron muchas frases fuera. Quedaron esparcidas por la cuneta de la Carretera de Vila-Real. Y pronto el olvido ha dejado la carretera limpia.