martes, 28 de diciembre de 2010

Pruebas irrefutables del fin del mundo (una teta grande como saturno)


La situación es la que sigue. Once de la mañana, el banco a rebosar de gente, han cobrado las pensiones los jubilados y corre el rumor de que el gobierno va a dejar de pagarlas. Como todos los meses. Además es navidad y los niños ingresan los aguinaldos en sus libretas, dinero que luego sus padres irán sacando poco a poco para pagar las facturas. No les culpo. Dentro de unos años sus hijos quizás sí. Me da igual, yo ya no estaré allí, y quizá tampoco aquí.

            En los sofás verdes rural hay una mujer sentada. Es pálida y está gorda. Sostiene a su bebé en brazos y el niño llora. Tendrá hambre pienso primero. Luego caigo en la cuenta de que todos los niños nunca hacen otra cosa que no sea llorar y cagarse y mearse y sólo de vez en cuando sonríen y te cogen un dedo bien fuerte con su mano pequeña y piensas que nacer no está tan mal. Y a veces te dices: estaría bien volver a ser niño, y alguien te escucha y piensa que no estás bien del todo.

            Pero el niño en cuestión tenía hambre, así que la mujer se saca un pecho grande como Saturno y flácido como mantequilla caliente y arrima la cabeza del niño a su teta. Y la montaña suave e inmensa que es su seno, queda oculta tras la pequeña cabeza del niño, desafiando alguna de las leyes de la física. Respiro.
            


            Devuelvo un recibo de Vodafone a una mujer de pelo violeta, maldice la telefonía móvil como quince veces. Pienso en calmarla pero le aliento diciéndole que a mí también me han cobrado de más y que no me lo quieren devolver. Después pensaré que qué necesidad de ser sincero tenía en ese momento.

            Siguiente, digo, y ante mí la mujer, y el niño, y media teta como una carpa de circo gigante emergiendo por encima de la cabeza calva del niño. No sé qué me pide, dinero quizás, o tal vez sólo haya dicho: mira, sufre, mira mi teta gorda como es mordida y chupada. Miro a los lados, a mis compañeros, al resto de la gente, nadie más parece percatarse de la situación, o no les importa. El mundo está fatal.




            Luego se va y le pregunto a mi compañera si ha visto lo que ha ocurrido, me dice que no, se lo cuento y me contesta: ah, eso, sí lo he visto. Me ahorro gritarle que si algo así le parece normal. Ella me sigue mirando con asco.

            No estoy preparado para este mundo.

            Y esto es la tercera prueba de que el mundo termina. Primero fueron los coches con un faro roto, luego las cucarachas muertas y boca arriba por todas partes y ahora esto.

            Soy un recolector de síntomas de la catástrofe. En mi saco hay mucho y la vida es larga y herrumbrosa de sobras.

PD. Leyendo La Pesca de la Trucha en América, del suicida y genio (no precisamente por ese orden) Richard Brautigan. Una joya.


lunes, 20 de diciembre de 2010

Y un canguro saltará sobre mi cabeza con solo asomarla


Hoy entré en el baño del trabajo, una vez dentro hice aflorar toda mi debilidad para hacerme fuerte en su interior. Y me quedé dentro encerrado. Cuando llamaron a la puerta por si me pasaba algo grité que no quería salir, que no iba a salir nunca más. Ha venido la policía. Primero me han sugerido, luego me han amenazado. Al final he esperado dos minutos de silencio y he salido por mi propio pie. Dos clientes mayores como calendarios en blanco y negro han cuchicheado cada uno en la oreja del otro. Me ha parecido entender: qué loco está el nuevo. Y luego: creo que se droga, y sus padres también.

            No han dicho: está triste.
           
            No han dicho: laborare stanca.

            No han dicho: a lo mejor tiene razón.

            No han dicho: hay víctimas que no salen en las noticias de T5.

            Y seguramente no han dicho nada.

            No han dicho nada porque no ha pasado. Pero allí de pie, mientras meaba notando el líquido amarillo y caliente surcar mi pene, como una paloma en llamas que cruza el cielo gris, me ha parecido una posibilidad razonable. Y me he dicho: Voy a hacerlo. Porque, bien mirado, es mejor eso que acabar matando a alguien. La fotocopiadora pesa lo suficiente como para aplastar un cráneo. Yo soy lo bastante fuerte como para alzar una fotocopiadora vieja y pesada y dejarla caer sobre una cabeza tumbada contra el suelo.

            El sonido de un cráneo al partirse debe ser tan bello como descorazonador.

            Tanto como el llanto de una madre y no saber por qué llora.

            Tanto como el llanto de un padre y saber que llora por lo que hiciste.

            La mañana ha seguido y luego ha venido mi profesor de ciencias naturales del colegio. Quería 200 euros. De todo lo que me enseñó lo que más me quedó fue el concepto de antípodas, por su belleza fonética, por su significado aplastante de yo estoy aquí y tú no puedes estar más lejos. Con él descubrí que nuestras antípodas son Nueva Zelanda. Y eso estaba pensando cuando ha entrado hoy y luego me ha venido a la cabeza una frase que escribí hace unos años que decía algo así como: me estoy hundiendo, como siga así un día de estos aparezco en Nueva Zelanda. Y la mañana entera se ha unido en un único punto que podríamos llamar pensamiento, o también catástrofe, o mejor esto no es una salida pero no conozco ninguna otra.



             
Nueva Zelanda es estrecha como una cuchilla de afeitar. Será muy complicado sacar la cabeza y salir en tierra y morir no es lo peor que te puede pasar pero hacerlo ahogado es una calamidad.
Nota mental: investigar si hay tiburones en las costas neozelandesas. Si es así cortarme un dedo llegado el caso. Ya de paso cerciorarme de que también hay canguros, y si no es así, cambiar el título de esta entrada.

Y al final de todo, he vuelto a caer en la cuenta de que las casualidades existen, y lo que es peor, nunca vienen solas ni mucho menos porque sí.

pd. sonreír no debería ser gratis, hay cosas que cuestan menos y las pagan bastante mejor.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Es mierda, ¿cómo quieres que huela?

Hoy el cliente A le ha dicho al cliente B: ¿Al final vas a volver? Y B le ha respondido: Me marché de tantas partes que cada paso que doy es una nueva vuelta. Un tercero, podríamos llamarle D, se ha inmiscuido en la conversación: No te afecte volver, no hay mayor problema si lo haces por un camino distinto. Y entonces E, una mujer mayor con muleta, una muleta sin otra muleta que le haga la simetría y por tanto una muleta sola y triste,  ha añadido: Te bastaría con no borrar ni una sola de las huellas que dejaste a tu paso, sólo gana uno, así que este juego consiste en no ser el último perdedor. Ah, trata de no pisar ninguna mierda de perro, no tiene nada que ver en esto, pero no por ello deja de oler mal.


Por un momento he creído que estaba en una película de Fernando León de Aranoa. Luego he tratado de ser positivo y he pensado que una música estridente, con mucha sección de viento y algo de percusión, iba a estallar y que los 4 iban a ponerse a bailar y cantar una coreografía perfecta y sincronizada. Me he preguntado qué pasos me tocarían a mí. Por si acaso he retrocedido lo justo para quedar fuera del encuadre de la cámara de seguridad.
A veces pasan estas cosas en el trabajo. Pero casi siempre pasa todo lo contrario.
Cambiame un billete de 500.
Devuélveme el recibo del gas
300 Euros, en billete pequeño.

Tú no lo sabrás, me espero a tu compañera.
¿Esto es bancaja? No, el infierno en dos calles más allá.
Nada de música.
Ya nadie baila en la Caja Rural.
Y a las chicas jóvenes, ya casi les doblo la edad..

jueves, 4 de noviembre de 2010

La terrible ausencia de velocidad de las cosas


Ya dije que andaban las cosas bastante mal en el trabajo. En realidad las cosas van, simplemente, lo que las hacen tropezar es cómo iban antes y cómo presumiblemente irán después.

Una vez soñé que Julio Medem me decía que me preocupara de las cosas que son, y tal vez un poco de las que fueron, pero que dejara correr lo que estaba por ser, porque a veces no ocurren, otras cambiamos y o nos dan igual o hasta nos gustan, y algunas morimos pronto y se lo comen los demás. Y lo seguí a rajatabla. Luego filmó Caótica Ana y volví a mi plan inicial. Quizá de una forma aún más radical.




Hoy he quedado con Genaro para tomar una cerveza. Me ha contado que también está fatal en el trabajo. La verdad es que está bastante peor que yo. Me he sentido mal, como si no hundirse más abajo en el lodo que nadie significara estar limpio y hasta oler bien. Me ha dicho que de un tiempo a esta parte se siente como un pulpo en un garaje, y eso la mejor de las veces.

En seguida he pensado en el domingo cuando fui a comer a casa de mis primos y vi por primera vez un pulpo en un garaje. Andaba suelto, con los tentáculos se agarraba al suelo y avanzaba en busca de una huida imposible. Me pregunto si un animal intuye lo que le va a pasar. O tan sólo piensa que no está donde debería estar y eso lo hace agonizar. Ahí fue cuando me vi en el lugar del pulpo. Luego mí tío cogió al pulpo por las patas, lo levantó por detrás de su hombro e, imprimiendo toda la fuerza de la que era capaz, estampó la cabeza contra el suelo de hormigón. Tres golpes, un cadáver. Ahí es cuando he pensado en Genaro, hoy, mientras me tomaba una Voll-Damm (7’2º).



En otro orden de cosas estoy releyendo La Velocidad de las Cosas de Fresán. Tenerlo siempre a mano es una de esas cosas que justifican una vida, y una habitación entera reservada para nuestra biblioteca privada. En esa habitación es donde escribo y donde estoy ahora. Eso no justifica nada, sólo es un elemento más de esta adicción que él tan bien explica a lo largo de más de 500 páginas.

Me he llevado otro libro al trabajo, es el After Dark de Murakami, me está gustando, sin más, pero puede que si no estuviera su nombre en la portada ya lo hubiera abandonado. Después de 5 libros leídos, estoy llegando a la conclusión de que tras el segundo que cayó en mis manos debí abandonarlo. No pongo en duda su genio, superlativo y casi inmoral comparado con los que tratamos de escribir algo con cierto sentimiento, ordenar unas cuantas palabras y que al leerlas todas juntas alguien pueda decir: éste tío es un cabrón, o simplemente: este tío ha hecho algo que yo nunca podría hacer, con eso me conformaría. Pero no quiero perderme, lo que quería decir es que acumulo libros del japonés y ya ninguno me ofrece nada más que lo que me ofrecieron los anteriores, y muchas de las veces bastante menos.



Esto no me va a servir para cogerle manía ni nada parecido, porque estoy tratando de ser positivo, es el camino que he elegido, aunque nadie me lo haya dicho en ningún sueño, así que la lectura que saco de esto es que hay que amar sin reservas y de forma eufórica, y hasta violenta si alguien osa contradecirnos, a aquellos artistas (siempre me dio repelús esta palabra) que obra tras obra, nos llegan fuerte al corazón, eso que no es un músculo ni se puede tocar, pero sí remover, golpear, estrujar y machacar.


Pd. El domingo todos los que vieron al pulpo hicieron un chiste o comentario sobre el pulpo Paul. Todos las rieron. Miré al pulpo y vi claro que el animal, de poder hablar, hubiera dicho: me siento como Alfonso en un garaje. 


viernes, 29 de octubre de 2010

Señora, no soy cobarde, es que el perro me mira mal y babea

Giorgio se ha despertado. Ha sido esta madrugada. No podía ser a otra hora. Lo primero que ha dicho es: Sois todas unas putas y por eso os quiero tanto. Se me ha hecho extraño tener a su madre enfrente contándomelo con esa cara de alegría. Ha repetido las frase varias veces y después de cada una de ellas se descojonaba. De todas formas aún tardará a salir del hospital. Cuando me he enterado me he salido del trabajo, he cogido el coche y he quemado la carretera. No une el amor sino las desgracias. Hace un rato he llamado al resto de amigos y se lo he contado. Mañana por la mañana hemos quedado unos cuantos para ir a verle. Por fin tienen un momento. Luego por la noche lo celebraremos todos. Giorgio evidentemente aún no. Aún le quedan unos días de cama. Sólo espero que cuando se reincorpore a la vida pueda volver a ser el mismo, aunque eso necesariamente le lleve de nuevo al hospital. A morir pronto.

            Cuando he vuelto al trabajo no he recibido demasiadas buenas caras. Las cosas no están bien por allí. Pero trabajar es una mierda y tal vez lo extraño fuera lo otro. Lo que había pasado hasta ahora. Me acostumbraré. Puede que me salga algún cuento de toda esta situación. No voy a dar más detalles. Me da asco la situación y cierta gente.


            Nada más entrar en la oficina me han enviado a visitar a unos clientes. Recoger firmas de octogenarios postrados. Es bastante desagradable. Se echan a llorar y sus casas huelen mal. A veces están acompañados por un familiar pero la mayoría de las ocasiones te abre la puerta una inmigrante. Me dan lástima ellos y también ellas, que tendrán que limpiar todo por 5 euros la hora.

            Cerca de la última casa un perro se ha puesto a seguirme. Padezco Cinofobia (lo acabo de descubrir ahora al investigar en esta web) desde siempre. Aún así, cuando tenía unos 9 años, decidí que necesitaba una coartada que lo justificara todo. No tuve que inventar demasiado. Dos años atrás mi madre y mi tía nos llevaron a pasear por el puerto. Iba con mis hermanos y mi primo Roberto. Todo era normal hasta que vimos a un Pastor Alemán (siempre que escucho esta marca de perros pienso en el buen Wolf cuidando de sus ovejas, me río un rato yo solo y después me viene a la cabeza este suceso y entonces agrieto el gesto) escapándose de un chalet. Vino hacia nosotros. Le caía baba blanca de la boca. Lo primero que encontró fue a mi hermano mayor. Su culo más bien. Todos gritábamos pero sólo mi madre y mi tía hacían algo. Luego vino el dueño y consiguió calmarlo. Mi madre aún recuerda el momento exacto en el que mi hermano, a pesar de estar pleno verano, peleo por conseguir que le dejaran ponerse unos pantalones vaqueros. Eso le salvó, añade mi madre. Y la solemnidad nos invade. 


            Eso es lo que cuento cuando alguien se ríe de mí por tener miedo a los perros. Es empezar a contarlo y borrar todas las risas. Yo le meto algo de sangre al asunto. Y a veces siento que casi me vana pedir disculpas.
            El caso es que el perro me ha venido detrás, un buen rato, era grande y fuerte, todo negro. He acelerado el paso y él ha hecho lo mismo, casi he corrido y él ha corrido. Lo tenía cada vez más cerca y cuando no he aguantado más me he metido en una agencia de viajes y rápidamente le he estampado la puerta en la cara. La chica que había allí dentro al verlo todo ha dicho: Joder que cacho perro. En otra situación me hubiera gustado que se estuviera refiriendo a mí, pero resulta evidente que no era así. Otra vez será. El caso es que no sé por qué yo he dicho: ¿Perro? ¿Qué perro? Ella entonces se ha puesto muy seria, profesional diría yo, y entonces claro, ha dicho lo que tenía que decir: Pues tú dirás entonces en qué te puedo ayudar.

            Y claro, ahora tengo que explicarle a C que he dado una entrada para un fin de semana en Ciudad Real. Era el destino más barato de todos.


           
            Al salir he maldecido al perro, y a la cinofobia (aunque por entonces no sabía que se llamaba así) y sobre todo, a esa imposibilidad mía a salirme de las tiendas con ese escueto me lo pensaré.
           
            No es tan difícil. No Alfonso. No lo es.

martes, 26 de octubre de 2010

No sé si es un cuento o un capítulo de una novela (Taste Of Cindy)

Cindy me ha dicho que vendría en una hora. Me ha parecido mucho tiempo. Eso al principio, al cabo del rato ya no lo era tanto. No es mucho una hora cuando se espera algo tan intrascendente como Cindy. Supongo que ella pensaría lo mismo de mí si no me dedicara a lo que me dedico. Si siendo yo igual que soy ahora acabara de llegar de la oficina y le contara mis problemas y toda esa mierda que uno siempre se lleva a casa después de estar 9 ó 10 horas trabajando, Cindy no contaría los minutos que le quedan para llegar aquí. Y además me cobraría.
            
 Cindy mide metro sesenta y es rubia y se parece a Cindy Lauper en los 80. Ella lo sabe y se peina igual y en los karaokes siempre canta Girls Just Wanna Have Fun. Dudo que nadie de los que van a los karaokes sepa cómo era Cindy Lauper, pero es bonita, más que ella, y siempre lleva la falda corta y desde abajo del escenario se le ven las bragas. Ella se crece cuando los hombres se acercan a la tarima y la jalean y tratan de tocarle la rodilla o un pie. A veces si se pasan les da una patada en la boca y entonces alguien tiene que sacarla del lío. Si no hay nadie dispuesto la acaban echando y se va a casa con un ojo morado y medio llorando.
           


Evidentemente no se llama Cindy. Ella es rusa y tiene un nombre que nunca seré capaz de pronunciar. A veces la llamo y viene y follamos un rato y luego me hace unas patatas bravas y fríe algo de bacon o hamburguesas y comemos los dos juntos antes de meternos un viaje y tumbarnos en la cama. Si es muy fuerte nos dormimos y al despertar la veo allí a mi lado y sólo tengo ganas de que se vaya y la invito a largarse de forma brusca. Nunca se va con un ojo morado pero sí a veces llorando, y hasta que me ducho es una imagen que me duele bastante y que por mucho que lo intente no consigo quitármela de la cabeza.
             
Al final ha llegado, le he abierto y he vuelto corriendo a terminar de leer una entrevista a Joaquín Reyes. Uno de esos cuestionarios con diez preguntas ingeniosas que obligan al entrevistado a ser ingenioso. Al final todos suelen acabar haciendo el ridículo. Él sale bastante airoso. Cindy llama a la puerta, sólo me quedan dos preguntas. Vuelve a llamar. Termino. Dejo la revista a un lado del sofá y voy a abrirle.
           
Bajo el marco de la puerta, completamente empapada por la lluvia, parece digna de sentir lástima por ella. Alguien que enamora al protagonista en una película de amores imposibles que nos parecen tristemente posibles desde el primer plano. Dice hola, entra y pasa de largo.
             
Voy tras ella, está sentada en el sofá con el mando en la mano. Pasa rápido los canales que están emitiendo las noticias. Se para en alguno de zapping pero luego termina por cambiar igual. Está mojando el sofá, pienso en invitarla a que se seque, pero prefiero lanzarme sobre ella. La idea era una pero al final caigo encima de sus piernas de forma torpe. Ella me aparta y me dice que hoy no le apetece follar.
             
Vemos un rato la tele aunque no vemos nada en concreto. Después me pregunta si tengo hambre, yo le digo que bastante, y entonces se levanta. Yo sigo leyendo el dominical y al cabo del rato me llama, voy con ella a la cocina.
            
 Nunca hemos follado en la cocina, pienso.
         
   -¿Qué tal el día? –me dice con ese acento de actor de doblaje en una película sobre la guerra fría.

-Como todos supongo.

-Qué aburrido, por Dios.

-¿Has hecho tú algo interesante?
           
-Mi trabajo siempre es interesante.
           
-Siempre lo suelen ser las cosas que casi nadie haría. El desconocimiento sobrevalora las cosas.
          
  Acaba de hervir las patatas, ya cortadas a dados. Siempre 7 minutos y medio. El aceite ya chispea sobre la sartén. Cuando añade las patatas el sonido se dispara y comienzan a saltar gotas de aceite en todas direcciones y ella se aparta un poco hacia atrás. Siempre que eso pasa pienso en alguien que está siendo frito vivo. Luego la cosa se calma y vuelve a tomar el mando. Echa sal, un poco de pimienta negra y mucho pimentón dulce. Las tiene mucho rato y de vez en cuando les da la vuelta. Cuando al tocarlas con la cuchara tiene la sensación de tocar madera contra madera, las saca del fuego. Luego, en un vaso mete dos cucharadas de postre de allioli y un poco del aceite que ha usado para freír las patatas, lo mueve todo y con la pasta resultante unta las patatas con cuidado de que todo quede bien impregnado. Cindy hace las mejores bravas de toda la ciudad.
           
Cenamos en la cocina. No decimos gran cosa. Ella me habla de cosas que le han contado sus clientes. Y como siempre aprovecha para dejar caer algo para que yo entienda que quiere que sea su chulo. Yo le digo que no quiero meterme en esas cosas. Después de eso siempre estamos un rato callados. Al terminar dejamos los platos en el fregadero y salimos de la cocina.
             
Nos sentamos en el sofá, intento meterle mano por debajo de la minifalda pero ella me la aparta de forma brusca. Hoy no, me dice, y yo obedezco.
             
Luego apaga la tele y se da la vuelta hacia mí. Horatio estaba a punto de descubrir al asesino pero a ella le ha dado igual. A mí no pero creo que quiere que follemos y entonces no le digo nada.
            
 -Cuéntame algo de tu pasado. De cuando eras niño.
             
-Como quieras, pero tú nunca serás Mar.
           
Me ha dado una bofetada y luego se ha puesto en pie, ha cogido su chaqueta y sale del salón. Escucho que abre la puerta pero que no la cierra. Sigue allí, espera que vaya tras ella. No lo hago. Al final vuelve.
            
 -¿Tienes algo?
          
  -Siempre hay algo. Pero hoy no has pagado por ello. Lo apunto en tu cuenta –le digo mientras sostengo en alto con los dedos un chivato con medio gramo de coca. Lo zarandeo levemente. Y sonrío.
          
  -Eres un cabrón de mierda.
          
  Lo dice con mucho odio. Casi rabia. Una dignidad que no la creía posible en ella y que sólo pierde fuelle por su acento de chiste. Por unos instantes siento algo parecido a tener ganas de querer abrazarla.
           
 Pero toma el chivato con su mano y se larga. Y Cindy vuelve a ser sólo Cindy.

lunes, 25 de octubre de 2010

Friend in a Coma

Giorgio está en el hospital. Vengo de allí ahora. He corrido como nunca con el coche para que nada de lo que tengo pensado poner aquí se me olvide. También para dejar lejos ese olor a desinfectado que tienen todos los hospitales. Ese olor a casimuerto. O a esperanza, que viene a ser lo mismo. La esperanza es el peor sentimiento del mundo porque sólo se tiene de verdad cuando las cosas van rematadamente mal.

El sábado entró en una especie de sueño profundo que su madre se niega a llamar coma. También me ha dicho que no sabe qué es lo que le pasa pero que es algo que le pasa a mucha gente. Es algo súbito, ha dicho al final. Y yo le he respondido que lo siento mucho.

            Ella no tiene ni idea lo acertado de su comentario, porque si algo es Giorgio (que es muchas cosas) es súbito. Él es el artista de lo inesperado y ahora está en una cama de hospital. Con habitación propia y sin tele. Sólo pueden entrar familiares de primer y segundo rango. No he entendido esto muy bien, porque hay quien tiene unos padres que son unos hijos de puta y tienen grandes amigos. También los hay que no tienen nada de esto, pero no es el caso que nos ocupa. 

Yo de todas formas tampoco conozco a tanto a Giorgio como para entrar a verlo en la UCI. O sí que lo conozco pero no lo quiero. No de esa forma que hay que querer a alguien como para tener el estómago o la obligación (también necesidad, pero menos) de querer ver a alguien moribundo.

            De todas formas no creo que se vaya a morir. No es la clase de muerte que uno espera de alguien como él. Sí las causas, obvias y evidentes, pero la forma para nada. Él debe morir al aire libre y en un hospital el aire es de todo menos libre. 

La muerte de Giorgio tiene que ser presenciada al menos por 2 personas. Y una de ellas lo conoce lo suficiente como para no olvidar la escena en toda su vida.

            Ya dije en este blog que Giorgio moriría pronto, o por lo menos antes que nadie que yo conozca lo suficiente como para sentarme en banco en su entierro.Él es alguien realmente especial.

            La madre de Giorgio me ha abrazado y luego, o mejor mientras, se ha derrumbado. Te sientes raro y bastante mal cuando alguien al que no conoces demasiado se pone a llorar encima de ti. Te sientes peor cuando no te ves con fuerzas de devolverle el abrazo y te quedas con los brazos tiesos y muertos apuntando al suelo. Dejándola llorar. Y dice cosas poca probabilidad de ser ciertas.

            -Jorge no se merecía esto.
           
            -Jorge era un buen chico.

            -Jorge te quería más que a nadie.

            -Jorge y tú.

            Y algunas más.

            La madre de Giorgio no es una hija de puta como lo deben de ser algunos padres ni tampoco inocente.

            Lo único que le pasa a la madre de Giorgio es que le duele. Le duele desde hace mucho tiempo.Y se inventó tantas cosas para anestesiarse que ahora no tiene forma de soportarlo, porque el golpe más fuerte nunca es un golpe más. Y muera o sobreviva no será el último. Él permanecerá en su memoria, y en todas los recuerdos que ella rememore aparecerá sonriendo y así es imposible que nadie pueda levantar cabeza.

Ella se hundirá.

            De un tiempo a esta parte la vida de algunas de las personas más cercanas a mí se está desmoronando, y no puede dejar de sorprenderme cómo estando yo tan cerca de todas ellas, no es la mía la que cae por el precipicio.

            Y lo veo todo desde la cima de la montaña.

            Y me da vértigo. Por primera vez.

            Y me escuece su vida hasta quemar la mía. 

 He llamado a los demás y les he dicho lo que ha pasado. Nadie lo sabía. Y nadie parece tener la intención de acercarse hasta el hospital, y yo le he prometido a la mujer que mañana nos pasaríamos todos.

La boca me pierde. Dice C que no es la boca, que es la bondad. Y sería bonito y casi emocionante que tuviera razón.


pd. no hay fotos. Tampoco canciones.

pd2. al final quedaron muchas frases fuera. Quedaron esparcidas por la cuneta de la Carretera de Vila-Real. Y pronto el olvido ha dejado la carretera limpia.




miércoles, 29 de septiembre de 2010

El último tango en Burriana


Tras mucho retardarlo por fin he terminado de leer La Novela. Y digo la novela porque no quiero desvelar su título, y digo La Novela porque creo que es el mejor libro que he leído este año. Es una sentencia de poco valor si no se informa del resto de cosas que han pasado por mis manos, mis ojos y, por qué no, mi corazón, en estos meses que llevamos, ya muchos. Y es que ya está aquí el otoño. No quiero hablar de eso. 



Por decir dos, han sido muchos, algo raro en mí, que soy tan perezoso como inconstante, nombraré El hombre que se enamoró de la luna y El poder del perro. Dos obras maestras. Sin contestación. Cuando acabé cada uno de ellos dije lo mismo que ahora digo sobre La Novela. Pero de ésta lo he dicho después. El tiempo importa. El otoño ya está aquí.



Si no digo el título es porque C lee esto y ya desde el primer capítulo supe que ése era el libro que le iba a regalar en el próximo Sant Jordi. Queda mucho tiempo, y podía leerlo ahora (la edición que tengo es de mi hermano y a él no le importará que se lo devuelva un poco más tarde) y luego yo regalarle cualquier otro. Hay tantos, y tan buenos. Pero tiene que ser ése.

También podía regalárselo mañana, pero nosotros nos regalamos libros en Sant Jordi. La sorpresa está bien y no ser como todos los demás también, pero mejor que la sorpresa es la espera del regalo y ser diferente a los demás tan sólo por no ser como los demás es una estupidez. Así que esperaré. Y el próximo 23 de abril ella desplegará el papel de regalo con cuidado y verá una portada blanca con un barco dibujado en ella. Y yo estaré realmente nervioso.

Mi abuelo Francisco le contó a mi madre y luego mi madre me contó a mí, que conoció a la abuela María cuando tenían 15 años. Supo que no conocería  nadie igual, por eso decidió decirle que no todas las veces que alguna amiga de ella se acercó a él para preguntarle si quería hablar con mi abuela, por entonces joven y bonita, y aún ya abuela. Recordar es lo que tiene, que mezcla imposibles y los hace parecer lógicos y hasta enternecedores. Según decía, él tenía muy claro que si bailaba con ella entonces, jamás podría volver a bailar con 70 años. Y eso era algo que él no podría soportar. Los dos murieron antes de llegar a lo 55, mi abuelo antes, las viudas son legión, y el sueño de mi abuelo no se cumplió. No en parte, porque mi madre siempre dice que, estando él ya en la cama esperando su hora, mi abuela hizo salir a todos de la habitación y los tuvo fuera el tiempo que duró una canción de Gardel. Nunca le dijo a nadie lo que allí ocurrió.



Hace un par de años pasamos una mala racha en casa, pasé mucho tiempo con mi madre y hablamos más de lo que lo habíamos hecho el anterior entero. Me contó la historia del abuelo, que aplazó el deseo inmenso, para convertirlo en amor infinito. La historia de Gardel ya la conocía de antes. No me costó mucho tiempo atarlas, unirlas y sonreír por mi abuelo. Supe que morir casi siempre es una mierda, pero que no todos se van de la misma forma. Con la misma angustia.

Sé que en el fondo no tiene nada que ver. Pero me he acordado de esta historia al decidir por fin que C no lea La Novela, ni sepa de Ella, hasta el próximo Sant Jordi.

Dentro de 7 meses os contaré qué le ha parecido.




Pd. Aunque no lo parezca esto es un homenaje a La Novela, es la mejor forma que se me ha ocurrido de hablar de ella sin decir nada, sin contar nada, sin mentar ni una sola línea de lo que contiene.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Leaving Time


Hoy he indultado a Ana Rosa Quintana. Por lo menos le concedo el beneficio de la duda. No como presentadora, ni como repeinada, ni mucho menos como inseparable de Maxim Huerta, al que por cierto aún recuerdo en el telediario de madrugada de T5, todo seriedad y compostura. Me pregunto si de vez en cuando aún se pondrá en casa alguna grabación de por entonces, sentado en el sofá, vestido con batín y nada más debajo, con una copa de vino en una mano y con la otra acariciando un gato bien peludo y blanco. Una especie de Dorian Gray versión Lecturas. Me lo pregunto pero prefiero no saberlo.




            (no tiene nada que ver pero quiero dejarlo escrito: no me gustan las preguntas porque generalmente cada una de ellas guarda muchas respuestas y entonces se vuelve casi imposible dar con la acertada. Por eso mismo me entusiasman las matemáticas. Porque son todo lo contrario)

            Pero estaba con Ana Rosa. Y hoy la he indultado de su famoso caso del negro que le escribió la biografía. Sé que ella declaró, pero también sé que en el corredor de la muerte hay al menos un 70% de inocentes que también terminaron aceptando su culpabilidad.
           
            Y para ello os contaré lo que me ha pasado hoy. Porque hoy ha sido un día muy negro, y el cielo lo ha acompañado. El cielo puede ser muy cruel, pero nunca es ni más ni menos de lo que es. Eso no lo exculpa, para nada. Eso… otro día hablo de este tema.

            Empezó ayer, cuando decidí dar un giro brusco a la novela. Si bien me estaba gustando bastante lo que estaba saliendo, me di cuenta de que si uno quiere trascender tiene que ser valiente. Y valiente a veces pasa por intentar hacer algo distinto a lo que se ha hecho muchas veces, sobre todo porque la historia de la vida es muy larga y el mundo muy grande para que no haya al menos 842.000 personas que hagan mejor que tú cualquier cosa que estés haciendo.

            El caso es que hace un momento hablaba con C por el Messenger y le explico todos los cambios que he programado, cambios sustanciales e importantes, convirtiendo un simple cuento fantástico-trágico en un libro extraño que mezclara ese mismo cuento, realidad, metaliteratura, novela ilustrada, cómic de superhéroes, pop, mucho pop, sexo, asesinato, Tele5, prensa del corazón y sección de sucesos del periódico. Cada cosa que le iba apuntando ella me decía: eso es como el libro que estoy leyendo o: aquí pasa esto, es parecido. Hasta que al final ya era algo como: deja de escribirlo de momento, espera que lo acabe porque creo que eso que me cuentas pasa exactamente así en esta novela.

            Lo curioso es que la idea no es la misma, o sea, la ropa con la que había pensado yo vestir la historia y que usa él no se parecen en nada. Son los hechos concretos los que son casi idénticos. Mi libro y ése son como dos gemelos que separaron al nacer y que ahora se encuentran y con sólo verse se reconocen. Sólo que aquí, al saberse acaban odiándose, y los dos gemelos tal vez acaben queriéndose. Y entonces C me ha dicho:

            -Qué fuerte

            -Qué –le he dicho yo.

            -Que aquí los protagonistas son dos gemelos, no sólo son iguales las historias sino que también coinciden las comparaciones que haces.

            Me he venido abajo



            Una vez más la casualidad se cruza en mi vida. Y ya son unas cuantas. Porque no sólo da la casualidad de que ese escritor y yo hayamos pensado lo mismo, sino que C tenía ese libro un año en el trabajo y nunca se había puesto a leerlo y hace una semana en la hora de la comida no tenía nada que hacer y se puso con él.

            Ya he pensado lo que estáis pensando. Que C un día de éstos me ha contado de qué va el libro que se está leyendo. Pero lo hemos repasado y estamos seguros de que no ha sido así. No ha sucedido eso.

            Puede que Ana Rosa fuera culpable. En realidad no me importa. Pero sé que yo no lo soy y ella sigue presentando un programa de éxito y ganando una buena pasta y yo me he quedado sin el libro que llevo un año escribiendo. Un año difícil porque lo he empezado 3 veces y las 3 lo dejé cerca de la página 70. Y esta vez era la definitiva, ésta era la única que podía ser.

            A ver cómo le cuento esto a Neus. Que lleva medio año preguntándome por él para poder empezar a dibujarlo.




            Pd. Era inevitable, llevo media tarde escuchando este disco.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Sobrasada entre los dedos

Todo ha empezado cuando he salido a almorzar a las 11 de la mañana. Iba fumando por la calle, no recuerdo ahora si era a la ida o a la vuelta, y en una esquina justo delante de la Panadería Nacher había un charco de sangre bastante grande. La mayor parte de él estaba ya seco, pero aún había algunas zonas húmedas. La sangre espesa invita a ser tocada con la punta de los dedos, pero he mirado a ambos lados de la calle y había demasiada gente para permitirme actuar como un loco.
           
            He pensado que alguien ha podido morir en aquella misma esquina la noche anterior. pero mi pueblo es muy pequeño como para que algo así no haya trascendido. Más aún trabajando en un banco donde se da más a la lengua que dinero.

            Ahora sé que iba a almorzar porque recuerdo que se me ha quitado el hambre. Más cuando mi madre me había preparado un bocadillo de sobrasada. Adoro la sobrasada pero no he podido evitar tocarla con la punta de los dedos y embadurnar las yemas con ella. Antes he mirado a ambos lados, y sólo estaba Ana Rosa Quintana, en la televisión, con su pelo de cartón. No he podido evitar imaginarla follando con Garci. Estuvieron casados. Los dos me dan bastante asco. Pero Qué Grande es el Cine era mi programa favorito de la televisión hace 10 años. Tal vez porque en él se fumaba.


            
(aquí iba una foto de Garci en su programa fumando)

            He dado un rodeo bastante grande para volver al trabajo. No sé si me daba más miedo encontrarme otra vez con el charco o que por el contrario ver que el charco no estaba y que probablemente nunca hubiera estado allí. A veces esas cosas pasan. Y uno se come la cabeza, y es grande pero se traga casi sin masticar.
           
            Luego en el trabajo atendía a la gente sin pensar en lo que hacía. Eso me pasa mucho. Algún día me echarán, y yo tendré que mentir para argumentar una defensa sólida. Podría llegar a llorar por recuperarlo si hiciera falta. El trabajo es un trabajo como todos los demás, pero me deja las tardes libres y pagan siempre antes del último día de mes.

            A veces no sé si muestro con la cara lo que llega a afectarme lo que estoy pensando. Pero conforme corto con el pensamiento trato de recordarme como si pudiera verme y siempre me da la sensación de que sí lo he hecho. Si es así, hoy mis clientes pensarán sobre mí cosas que prefiero no saber. Ha sido cuando pensaba que esa sangre podría ser mía y que no quiero morir en una esquina y encima que al día siguiente nadie diga nada sobre lo ocurrido. No quiero morir y desaparecer dejando tan sólo un charco de sangre. No quiero que mi madre haga bocadillos de sobrasada a la mañana siguiente de perder a su hijo.

            He pensado luego que esa sangre podría ser de C, y ahí es cuando estoy seguro de que algo he hecho con la cara, porque me dolía el pecho como cuando tienes un catarro fuerte provocado por el tabaco y toses y parece que el pulmón se te agriete. Pero sin llegar a partirse, tal vez para poder volver a toser y sentirlo de nuevo. A ella no le gusta que piense esas cosas, pero yo no las pienso, a mí me vienen y yo tan sólo las remato. Eso se lo he explicado muchas veces. Pero a ella ni tan siquiera le gusta el futbol, supongo que lo que le gusto soy yo. Y eso está bien. Eso es perfecto. Pero a mí nunca me dejan de llegar centros perfectos.


(aquí iba una foto de Javier De Pedro)



 Pd. Iba a seguir pero me tengo que ir, hoy celebramos nuestro 4º aniversario. Hoy es un día especial. Hoy no puedo morir. Hoy nadie debería morir.

Pd2. esta premura al marchar es la que ha impedido que se busquen y cuelguen las fotos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Una forma como cualquier otra de dar comienzo a una obsesión eterna

Se hace difícil volver a escribir cuando uno hace un tiempo que no lo hace. Seguro que alguno ha dicho alguna vez que eso es como montar en bicicleta, que no se olvida nunca, y puede que no le falte razón, pero es muy probable que también se me hiciera complicado mantenerme erguido sobre una bici. Puede hacer más de 15 años que no montó en ninguna. Es más que probable que me dé miedo, pero ni lo pienso, ¿para qué si es muy probable que nunca vaya a volverlo a hacer?

Sí que volveré a escribir, lo estoy haciendo ahora y volveré a hacerlo. Se hará difícil o no, pero lo que importa aquí es la necesidad, y la necesidad es inevitable y que así sea siempre.

Cosas que necesito: escribir, querer, que me quieran, comer arroz, escuchar al menos una vez al mes a Nacho, Planetas, Micah y los Smiths, ver una vez al año Donnie Darko, Casablanca, releer Lo Peor de Todo, a Bukowski y a Fresán con relativa frecuencia, perder la noción de humanidad y de consciencia, ir al Primavera Sound, La Real (hoy jugamos y ya estoy nervioso, dadme fuerzas), sexo (ay, ya lo puse en segundo lugar), sentirme mal por otra persona y bueno, saber todo cuando me han lanzado la piedra; alguna más que contaré otro día.



Recuerdo que empecé a escribir porque me obligó mi profesora de valenciano Carmen Rufino. Nos pidió un relato al estilo de La Plaça del Diamant de Mercé Rodoreda, yo no leía nada y no me leí ese libro tampoco, así que tuve que inventar. La semana antes me había leído Lo Peor de Todo de Ray Loriga, yo hasta entonces no leía nada, podría hacer varios años desde que acabé el último libro, seguramente alguno de Agatha Christie, y un día estaba muy aburrido en casa y en la mesita de mi hermano estaba ese libro. Cien páginas escasas, letra gorda, capítulos cortos, ¿por qué no? Pensé, y en 2 horas lo leí. Así que cuando me mandaron el trabajo pasé del estilo que me pedían y copie el de ése libro. Lo leímos en clase, yo no lo sabía que eso iba a ser así, por lo que cuando lo dijo empecé a sudar, yo estaba sentado el último de la última fila y me pasé el rato mirando el reloj y rezando para que no les diera tiempo a llegar hasta mí. El resto de cabrones de mis compañeros (alguno que otro incluso amigo) había escrito un folio escaso y la cosa iba rápida. Yo tenía al menos 10, conforme lo pensaba peor me sentía. Cinco minutos antes de la hora leyó Adrián que era el anterior a mí, cuando terminó Carmen Rufino me dijo que empezara, le dije que era muy largo y que no iba a dar tiempo, ella, con la poca fe que le daba el poco nivel de todo lo leído anteriormente me dijo que no me preocupara, que leyera hasta donde llegara. Así que empecé, cuando iba por la página 4 sonó el timbre, yo me paré y empecé a guardarlo todo. Entonces me dijo que esperara, y dirigiéndose al resto de la clase les preguntó si querían que siguiera, y que quien quisiera se podía ir. Se quedaron todos, a algunos los odiaba todo el tiempo, a todos los odie en ese momento. Tuve que terminar, era la última hora y esperaron todos y al acabar rompieron en un aplauso. Sentí entonces lo que no he dejado de sentir ya nunca, sólo que ahora ya no necesito el aplauso de nadie (aunque nunca viene mal), me vale con terminar un cuento y tener la satisfacción de que sea bueno o malo, es lo mejor que a día de hoy puedo a hacer.



Hay algo que lo hacía mucho peor, la chica a la que iba dirigido el cuento, la protagonista, estaba sentada 4 sillas a mi derecha, y yo, estúpido como era, disfracé su nombre de forma lamentable, y la describí exactamente tal y como era en la realidad.

No se dio cuenta.

O no quiso.

Luego hicieron el concurso literario por Sant Jordi. La misma profesora me dijo que presentara el relato, le dije que no, que menuda vergüenza si ganaba (en el fondo no es más que ego, ya fuerte y con sólo un cuento), entonces ella arremetió, si presentaba el relato y ganaba me subía un punto la nota. Yo, materialista como siempre he sido dije que vale. Y así lo hice. Gané, y me tocó salir a un escenario a recoger el premio. Bajando por las escaleras escuché a una chica que decía: qué asco de tío, y con todo lo bonito que fue aquel día eso es lo único que recuerdo con verdadera claridad.

El premio eran 10.000 pesetas en discos, Cogí cuatro para mi madre y dos para mí, uno de ellos era el Transformer de Lou Reed.




No escribí nada más en todo un año, pero a falta de una semana para el siguiente concurso, a mediados de abril, escribí otro. Volví a ganar. Me creí el ombligo del mundo, y empecé a escribir mucha mierda y a mandarla a concursos de verdad, creí que ganaría de calle, pero los perdí todos, así que un año después dejé de escribir. Lo dejé para siempre, hasta que 5 años después, un día leyendo a Hank algo me impulsó a levantarme y a lanzarme contra el ordenador. Escribí 7 cuentos en una tarde, 5 de ellos acabarían 7 años después en mi primer libro. Y ahora ya sé que nunca lo voy a dejar, no al menos para siempre.



Y bueno, con esto no vengo a decir nada, quizá tan sólo que uno tiene que tener claras sus necesidades y dejarse llevar por ellas, porque ¿para qué luchar contra algo que es mucho más fuerte que tú? Es muy épico pero más estúpido.

Y lo dicho, Gora Erreala!

martes, 31 de agosto de 2010

Con la comisura de los labios me ataba los zapatos


Ayer viví una extraña casualidad. Algunos lo llamarían destino, y un suicida empujón.
             
Estaba en el trabajo (si la mayoría de cosas que me pasan me pasan en el trabajo no es por devoción, es porque paso la mayor parte del tiempo allí) y en la radio dijeron que tal día como ayer John Peel cumpliría 71 años. A raíz de eso el locutor comentó que su canción favorita era Teenage Kicks y que por ello sonó en su funeral. Luego la puso. En ese tiempo que no llega a los 3 minutos a mí me dio por pensar qué canción sonaría en mi funeral, y decidí que lo más justo es que fuera California Dreamin' ya que es, fue y supongo será, mi canción favorita de todos los tiempos. Tras dudarlo un poco me acabé de convencer y ya me disponía a enviarle un correo a C para darle las órdenes pertinentes al respecto, cuando al terminar la canción de los Undertones y sin que medie palabra alguna, empezó a sonar California Dreamin'. Por un momento pensé que eran imaginaciones mías (la gente en un banco grita mucho y no es fácil distinguir lo que ponen en la radio), luego que era una broma algo macabra de alguien que podía leer mi mente y la del locutor de la radio, las dos al mismo tiempo y sin volverse loco por ello. Y luego, luego no pensé nada, tan sólo:

all the leaves are brown
and the sky is grey
I've been for a walk
on a winter's day



            Hace unos cuantos años esto me habría parecido un empujón, ayer decidí que era una casualidad. La vida cambia y ahora sonrío y supongo que a algunas personas eso les parecerá sospechoso y a otras una calamidad, pero de momento voy a dejar mis labios apuntando hacia el cielo.

Nota: recuerdo haberme definido una vez en un cuento así: “su cara era gris, y con la comisura de sus labios podía atarse los zapatos”. Era un cuento biográfico y muy malo. Dejé que la realidad venciera a la ficción, y así no hay gloria posible.

            Lo curioso de este nuevo pensar es que cada vez el libro se me está haciendo más pesimista y triste, el niño que había empezado con escamas en las manos ahora ya las tiene en toda la cara y huele a pescado muerto, además su madre es alcohólica y se odia a sí misma, hay niños asesinos y puteros vengativos, y ya no sé cómo va a terminar ni como le voy a explicar a tanta gente que este es el libro que pretendía poder ser leído a cualquier edad.

             Será que se acaba el verano, aunque eso sucederá mañana, cuando me compré la Rockdelux. El ejemplar de septiembre es el que dicta ese final y que, como un cuchillo que raja carne humana desde el bajo vientre hasta el esófago, se trepanen mis ilusiones de que agosto todo el año sea posible.



            El hombre del quiosco del Escorredor nunca entenderá cuanto de desesperación hay en ese momento en que le doy los 5’10 y él a cambio me da la biblia.

            La vida está llena de pequeños momentos importantes, y uno tiene que encargarse de mantenerlos esparcidos, porque si les da por juntarse llega la lluvia y los empasta y se hacen uno solo y muy grande y corres el peligro de morir sepultado por una gran bola de segundos fatídicos.

Pd. Al final no envíe el correo, decidí tentar a la suerte.

Pd2. lo tengo guardado en borradores.

jueves, 26 de agosto de 2010

Un día a temperatura ambiente

Hoy el día ha salido nublado y en Radio 3 suena Eric Clapton. Además estoy trabajando. Ayer hizo un inesperado día soleado, con bastante calor, la gente se queja y a mí me encanta. Verles tan amargados por algo con lo que yo disfruto tanto. Si me leyeran la mente me echarían del trabajo y puede que nadie me hablara. Pero mi cabeza es grande y opaca y sus ojos débiles. Para mañana pronostican lo mismo, pero hoy el cielo está negro y en Radio 3 Manos Lentas me deprime aún más. Esa clase de depresión que a nadie le gusta, que da ganas de matar, no de matarte. De estrangularlo. Lentamente.



En casa he encendido el Ordenador y no ha arrancado. No es exacto, en verdad no deja de arrancar y cuando llega al icono de Windows XP vuelve a empezar. Creo que lo he encendido, apagado y reiniciado al menos unas 35 veces. Y en todas ellas, aunque cada vez menos, guardaba una cierta esperanza de que la cosa iba a mejorar. Algunas veces lo apagaba también del botón de atrás. Otras lo desconectaba de la luz. Lo he reiniciado de pie y lo he apagado sentado, lo he encendido vestido y hasta una vez desnudo. Pero siempre lo mismo.

Después de algo así el salir a la calle y ver las nubes negras ahí arriba sólo es algo esperable. Un guión manido y mil veces escrito. Para cuándo el viento renovará su repertorio. El viento tiene la culpa de muchas cosas. Eso yo lo sé. Desde hace mucho tiempo. Lo peor de todo es no poder verlo nada y sentirlo tanto. Como los malos recuerdos. Como los móviles cuando pierden cobertura y al otro lado alguien te está diciendo te quiero.

En la nevera no quedaba leche fría y en el armario ninguna camisa que conjuntara con los pantalones de verano. He tenido que ponerme unos de felpa con lo que, a su vez, sólo hacen juego los calcetines más gordos que tengo. Me gusta el calor, pero no soy imbécil. Pienso que las nubes traerán algo de fresco y podré evitar algo de sudor por mis piernas. Qué inocente. No es así, hace calor. Creo que es la primera vez en mi vida que maldigo el calor. Espero que sepa perdonármelo. Porque el resto de las veces yo sería capaz de erigirle monumentos y cumplir en su honor promesas estúpidas que exigieran esfuerzo y algo de dolor. Algunas personas también lo merecen. No todas, y es mejor así, porque si así fuera el mundo estaría lleno de gente quejándose, y las lágrimas de los demás no mojan pero te hacen resbalar.

El que las tortugas se hayan cagado fuera la pecera lo pasaré por alto.

He calentado la leche en el microondas y me he quemado los labios. No importa. La leche a temperatura ambiente es como el noviazgo cuando ya se fue el amor y el odio aún está por venir.

Viniendo hacia aquí, escribo desde el trabajo, me he encontrado al final de la Calle Encarnación con Jairo, un asturiano afincado en Burriana que me cae fatal. No me ha dado tiempo a cambiar de acera. Le he saludado con un ligero movimiento de cabeza, no sé en qué momento ha entendido que quería hablar con él. Tampoco sé cómo no se ha dado cuenta de que no lo puedo soportar. Me cuenta que ha encontrado trabajo, que trabaja sólo 5 horas al día y que le pagan 1200 euros. También que anda con una chica, no he podido resistirme y le he preguntado quién, me dice que con la Fox (apodo de reciente adquisición debido a su razonable parecido con la actriz de Transformers y, por qué no decirlo, porque es una zorra de mucho cuidado).




(megan)




(zorra)

-Me encantan los días nublados -ha dicho para terminar.

-A las 8 de la mañana todos los días son nublados.

No me ha entendido. He necesitado matarlo. En días como hoy me gustaría ser Dexter. Y mandar a tomar por el culo el código de Harry.



Miento si digo que es el peor día de mi vida. Pero se le parece mucho. De todas formas, de lo que sí estoy seguroes que es el peor día de mi vida que puedo contar. El otro me lo guardo para mí. Y para siempre. Nada de contarlo a punto de morir. Si puedo lo olvidaré, si no, cosa más que probable, lo enterrarán conmigo.

Casi llegando, en la Calle Virgen de la Cabeza, he levantado la vista y en uno de los edificios había dos banderas de España, una de ellas dos veces roja y una amarilla, la otra igual pero con el pájaro al medio. Me he preguntado si era anticonstitucional, creo que sí. También si me atrevía a llamar a la policía. Pero luego he pensado en la más que posible respuesta y he guardado el teléfono.

El primer cliente que ha entrado me ha pedido un seguro. No me gusta hacer seguros. No sé cómo funciona y me pongo nervioso y parezco un idiota. Pregunto mucho a mis compañeros, casi a cada paso del proceso me asaltan dudas. Rápidamente noto en los ojos de mi clienta que no confía en mi pericia. Es más que probable que esté pensado que le ha tocado el idiota, y va estarse en la oficina media mañana. Eso lo estropea todo aún más. Yo le he leído el pensamiento, ella a mí no. Conservo mi empleo.

Me sorprende esta preocupación por el trabajo. ¿Qué me está pasando?

Hoy es el peor día de mi vida.

Después de Eric Clapton han puesto Queen, y ni siquiera era Under Pressure. ¿Qué será lo siguiente? ¿Dire Straits? ¿Me voy a morir?

Son las 9 de la mañana y me he apresurado a escribir esto. Primero he pensado en hacerlo por la tarde pero luego he recordado que, claro, no tengo ordenador (por más que al llegar lo volveré a encender, las veces que haga falta). Después en hacerlo a partir de las dos, cuando cerramos al público. Pero al final me he puesto en seguida porque a partir de ahora si el día sigue igual me quedaría una actualización demasiado larga, o quién sabe si me pego un tiro y no puedo subir el texto. No, muerto no se puede hacer eso. No. No se puede. Por otra parte, si le da por mejorar, es muy probable que se me pase lo que siento ahora e incluso que olvide parte de ello.

Hay que capturar el momento. Hoy no he escrito nada, he tomado na fotografía única e imperfecta. Como una polaroid antes de quedarnos sin papel.



Pd. Esto lo escribí el 19 de agosto. Sigo sin ordenador y me he tenido que buscar la vida. Ese mismo día salí de casa a las 8 de la tarde, el temporal había pasado de largo y miré al cielo y estaba azul y lleno de luz. Como pintado con plastidecor. La calle estaba mojada y por un instante sentí que un día de lluvia podía tener algo positivo. Era el olor a asfalto mojado y una sensación en el ambiente muy parecida a la que sientes cuando haces sonreír a una persona que ha estado mucho rato llorando. Me fui feliz y sonriente a casa de mis suegros. Al llegar di un beso a C y su padre nos dijo que en la playa se había levantado un tornado y había matado a un turista de Burgos. Su mujer y sus hijas se habían salvado.

Cada año está lleno de peoresdíasdelavida, pero siempre hay alguien para el que un mismo minuto es peor que para ti.

Y eso no consuela, ni hace que nos quejemos menos.