sábado, 27 de agosto de 2011

Rosa María la Loca


-¿Por qué lo has hecho? –me preguntó mi padrastro.

-No sé, tuve una intuición.

-Eres más imbécil de lo que pensaba –dijo al final ya casi sin mirarme a mí y sí al mando para cambiar de canal porque cada vez que cambiaba lo tenía que mirar y casi pensar –y además estás gordo.

A las intuiciones hay que hacerles caso porque luego cuando pasas de ellas y se cumplen te sientes fatal.

Todos vimos pasar a Rosa María La Loca con dos garrafas de lejía tan grandes como medio brazo suyo por el medio de la plaza. Nadie bromeó con la posibilidad de que fuera a bebérselas porque en el fondo sabíamos que era muy probable. Nos era más fácil imaginárnosla amorrada a ellas, alternando tragos a una y a otra, que limpiando cualquier cosa. Ella olía fatal y su ropa siempre era de color y bueno, la llamaban La Loca, así con mayúsculas e incluso muchas veces prescindiendo del primigenio Rosa María que pienso yo que le daba dignidad o cuanto menos cierta constatación de existencia como ser no perturbado en cualquier instante de su vida. Y eso es algo muy importante.

Pues son esas veces a las que me refería. Y luego duele.

La mayoría prefiere el dolor a la estupidez. Yo me sentía un estúpido la mayor parte del tiempo y por eso el dolor me pillaba siempre con la guardia bajada. El daño se acercaba a mi fortaleza sin disfraz ni camuflaje alguno, a plena luz del día, con un cigarrillo apagado en la boca. Mi guardia real le daba fuego y le invitaba a pasar. La hospitalidad está sobrevalorada.

Ya hace tiempo que el dolor y la estupidez comparten habitación, han decidido no acostarse y cuando uno pilla cacho el otro tiene que hacer noche en el hotel de la esquina. Cinco euros la hora, sábanas blancas y pelos de distinto color, tamaño y alisado.

Ahora no sé si es un recuerdo o una invención, pero juraría a que a acda paso que daba la lejía se le derramaba por la estrecha boca de la garrafa. Las dos destapadas. Una decisión firme debe ejecutarse al momento. También las que se tambalean porque si no luego nunca se llevan a cabo y encima no se olvidan. El tiempo repercute en las convicciones como esa lejía podría haberlo hecho sobre una camisa blanca.

Rosa María era guapa y una vez me la chupo a cambio de un Chupa Chup de Kojak, de los que tenían el chicle en su corazón.



Si todos tuviéramos un chicle en el corazón podríamos estirarlo lo suficiente para alcanzar con él a quien quisiéramos. Pero no es así y a poco que lo fuerces acaba reventando o, como mínimo, parándose.