miércoles, 7 de diciembre de 2011

Serie Z: Capítulo 12. Un baile de disfraces


A veces es necesario avanzar por la carretera. Hay que extremar la precaución porque es un lugar peligroso. En realidad todos los son. Pero el norte nunca es donde uno está quieto. Y yo voy allí, y sin razón alguna. 

            En la carretera hay bandas de no infectados que abordan a todo aquel que se les acerca. Los violan, los matan y les roban todo lo que tengan. Si tienen hambre también se los comen. Los niños de esta era, si perduran en el tiempo, verán algo normal el canibalismo. Y entonces, aún saliendo de la epidemia, la raza humana estará condenada al exterminio.

            Algunos se visten de piratas y blanden sables mientras corren a por sus víctimas, otros simplemente emulan los ropajes de Mad Max, la mayoría que quedan con vida no habían nacido cuando se estrenó la primera parte. Algunos ven más una oportunidad que una condena. Ya no quedan ancianos. Los abandonaron cuando las cosas se pusieron feas de verdad, cuando se convirtieron en un estorbo. Dejaron casi toda la ropa, alguna foto de alguien que perdieron y a sus padres y abuelos en alguna parte del camino. Y así marcharon sin peso alguno. Demasiadas veces uno depende de su velocidad y de todo aquello que puede permitirse perder en la huida. La carretera está llena de ellos, de viejos muertos, por inanición o simplemente suicidados, al principio no me fijaba, tan sólo apretaba los dientes y seguía adelante. Llegué a enterrar a unos cuantos de ellos hasta darme cuenta de que los infectados no comen muertos o de que simplemente no me importaba. Me he dado cuenta de que no importa un buen acto si lo haces veinte veces y todo sigue igual. Enterré a muchos ancianos abandonados y muertos pero me di cuenta de que no valía para nada. Ahora son los buitres los que lo agradecen. No sabía que por esta zona había buitres y ahora el cielo está infectado de ellos. Poco antes de la epidemia surgieron noticias de ataques de buitres a humanos vivos. Después de las vacas locas el número de carroña a su alcance menguó de forma alarmante y la necesidad les hizo armarse de valor y atacar a cosas que podían defenderse. Hay un montón de ancianos bordeando la carretera con un tajo en sus venas, en vertical, para que acabe antes, para no tener opción de arrepentirse. No hay rastro de cuchillos ni de nada que corte. Alguien pasó antes que yo. Siempre hay alguien que llega antes, el norte estará lleno de frío y de asesinos. Definitivamente en el infierno no hay fuego.

            La carretera cruza una llanura lo bastante grande como para poder visualizar a cualquiera que me quisiera atacar. Correré entonces, correré desesperadamente, iré soltando lastre, sólo conservaré la ropa que llevo puesta y el hacha. Lo último que tiraré será la botella de agua. Sé que en algún momento pensaré que no puedo seguir y aún así seguiré porque sé que ellos no se van a detener hasta darme caza. Conmigo podrán alimentar a 10 de los suyos durante una semana si me racionan bien. Con ella no les dará para lamer un hueso. Harán hambre con su sexo y después yo seré su cena.

Viéndome en un espejo no parezco apetecible ni para darme un maldito beso. Hay un espejo roto en la cuneta y caigo en el error d emirarme en e´l. luego la miro a ella, ella me mira a mí y me sonríe. Uno de los dos tenemos un problema de vista. Los dos de percepción. El mundo sigue teniendo color. Siempre me gustaron las letras tristes en melodías bailables. 

La última vez que me vi reflejado en un cristal me recordé a mi hermano Lucas. Él murió dos años antes de la epidemia. Hacía 10 años que tenía sida y cinco que casi no hablábamos. Él tenía muy buena relación con mi mujer y a mí me entraron malos pensamientos y estuve sin hacer el amor con ella durante unos cuantos meses. También me fui apartando de él, pero eso ya lo he dicho. Ellos seguían quedando y ella cuando volvía estaba un par de días sin mirarme. Yo pensaba que se hundía en la vergüenza, pero seguramente se avergonzaba de mí. Sobre ella recaían las sospechas, pero el criminal era yo. Así ha sido siempre. Hora permanecerá siemrpe la duda. La duda es un cáncer terminal, la cruel certeza es un brazo cercenado con un cutter. Elijan ustedes. Cuando murió me sentí culpable. Es algo que no sirve de nada y además duele. Y lo que es peor, es inevitable. A ella ni siquiera le pedí perdón. Estuvo una semana en cama. Llorando. Y ahora veo que tal vez lloraba más por mí que por él. Me pregunto si en cierto modo eso es amor. Nunca supo por qué estuve todo aquel tiempo sin casi tocarla. No importa, dejó de quererme mucho antes del día que yo decidí que sería el día oficial del fin de nuestro amor. Eso lo sé ahora y lo sabía entonces, pero ni lo reconocí ni jamás lo reconoceré. 

Con el hacha rebano el cuello de una gallina que corre loca por el centro de la carretera. Hay una granja cerca. Aquí no estoy a salvo. Ella se alegra y me abraza. Yo mantengo en mi memoria mi cara en el espejo. Abrazarme es como comer pescado podrido. Ella se agarra fuerte. Ya no le queda nada. Podría tumbarla y violarla aquí mismo. Puede que no se resistiera y entonces sólo la estaría follando. Como un salvaje. Puede que le pidiera que se resistiera un poco pero no diría nada cuando me preguntara por qué. A ratos me recuerda a mi mujer y a ratos a mi hija. Otras veces sólo es carne y yo nunca me comería a un humano. Debería echar a correr y dejarla atrás. Sólo me traerá problemas.

-Mi madre hacía el mejor pollo del mundo –es inevitable, en cinco segundos se pondrá triste. 

-Mi mujer me tiró a la cara una vez un pollo al horno entero.

Ella se queda en silencio. Los dos terminamos por reír. Puedo soportar algún problema más. Morir en compañía es como un sueño bonito que en un momento dado termina, pero a veces es peor una pesadilla.





hasta la semana que viene.....