martes, 8 de noviembre de 2011

Serie Z: Capítulo 9. ¿A qué huelen los recuerdos? A tabaco y Roundup Ultravax, imbécil

Desde el bosque veo la casa arder. La destrucción es atrayente y nos convierte en una fábrica de coartadas para no sentirnos despreciables. El final de muchas cosas vulgares es el principio de otras extremadamente bellas.

            Puedes quemar todas las casas del mundo pero lo que de verdad quieres destruir siempre quedará intacto. Porque el mundo está lleno de océanos y tu memoria es tan solo uno más de ellos. Pero una vez comprendes esto aprendes a disfrutar de las cosas simples y algo como prenderle fuego a lo que algún día fue el hogar de una familia que ahora con suerte estara muerta o tal vez comiéndose unos a otros, se convierte en algo excepcional. Podría pasarme horas contemplándolo. Podría quedarme eternamente si algo así me diera de comer o al menos me ofreciera una muerte sin dolor.

            Sería mejor si conociera a esa familia. Es fácil ser un eslabón más de la miseria colectiva. Al menos no tienes que pensar ni esperar nada.

            Si hay algún infectado cerca correrá hacia el fuego. Es algo que tengo en cuenta. Y hasta casi diría que hace mejor el espectaculo. Más intenso. Hay algo que los atrae hacia él. Los he visto entrar dentro de las llamas y no salir de allí hasta consumirse. 

            Y eso es algo que vi hace mucho tiempo porque tuve amigos que hicieron algo parecido en el corazón de una mujer. 

            Yo mismo me vi en esas llamas. Y ahora le echo la culpa a la epidemia. Los dos abandonamos la casa el mismo día. Yo le pregunté qué pensaba llevarse en el equipaje. Recuerdo que llegué a decirle que podía coger algo que no fuera imprescindible pero que necesitara llevar consigo a pesar de que pensaba para mis adentros que era una mala idea. Al cruzarnos en el pasillo rocé con las yemas de mis dedos la palma sudorosa de su mano y me transmitió una ligera descarga eléctrica.

            -Cualquier cosa menos a ti.

            Eso respondió y si bien me causó dolor, no me sorprendió.

            -¿Me culpas por lo de la niña? –le pregunté.

      -¿Crees que ella te culparía a ti? –respondió ella. Siempre pensé que respondía a mis preguntas con otra pregunta porque era algo que yo detestaba. Entonces supe que respondía de cualquier forma que me pudiera hacer daño.

            Él estaba esperándola en la puerta, dentro de un Seat Ibiza blanco. Yo salí primero, me acerqué al tipo, no lo había visto nunca. Tenía barba y parecía fuerte. Le hice señas para que bajara la ventanilla y le deseé suerte. Se la deseé y pensaba en ella y no en la epidemia. Quizás debí explicarme más porque él tan sólo me dio las gracias. Yendo calle arriba me preguntaba cuánto tiempo hacía que se conocían. Pensé en si tan sólo era alguien con el que ella creía que sería más fácil sobrevivir o si era su amante. Los imaginé haciendo el amor. Me cargué de odio. Cualquier batalla precisa de un equipaje similar para que alguien apueste por tu victoria. 

            Su coche olía a tabaco y a pulverizador de cítricos. Era un olor fuerte y a eso huelen ahora mis recuerdos. 

            Salí del pueblo para no volver. Tan sólo llevé conmigo una iglesia y una bolsa en la que yo no estaba. 

            El resto de dudas siempre estuvieron. Ellas son lo que hace que la sombra de cualquier persona siempre parezca asustada.

            La casa arde y notó un indescriptible placer. No demasiado grande en realidad, pero sí extraño e inhumano. Guardo cierta distancia pero el calor me golpea en la cara, como azotes de viento en el desierto. El infierno es algo así, ¿verdad?

            El infierno es todo lo que ves. El infierno es a imagen y semejanza del hombre y en el camino ya casi no se parece a Dios. Vayamos allí pues. Dios no existe pero no por ello deja de ser un hijo de puta.

            No puedes ir a donde ya estás. Confórmate en sobrevivir.

            Una respiración fuerte. No sé de dónde viene ni mucho menos a dónde va. Espero que lejos de mí. Jadea tan fuerte como si respirara el propio planeta y, como éste, también agoniza. Un grito. Otro después, para ya luego un solo aullido  único, interminable y ensordecedor. Luego el retumbar de los pies percutiendo contra el suelo, como tambores de guerra. Es lógico, cualquier batalla comienza allá donde no llega la vista, pero si te quedas quieto el tiempo suficiente acaba por alcanzarte. Y alguien huye antes de perderla. Es una chica. Es menuda y delgada. Lleva el pelo corto y una camiseta de tirantes verde. Detrás de ella cinco infectados, corren como poseídos. Como lo que son. Al principio no corrían, era como si no estuvieran acostumbrados a su cuerpo, como alguien que se compra unos zapatos de dos tallas menos tan sólo por el placer de la estética. A veces daba risa verlos, una risa nerviosa y casi histérica, pero risa al fin y al cabo, algo de lo que ya nadie va sobrado. Eran lentos y salvajes. Ha pasado el tiempo y no han perdido nada, y además son rápidos. 

            Acelera las cosas lentas y tendrás el primer paso del pánico.

Le van a dar caza. Ella lo sabe y por ello se mete dentro de la casa en llamas. Ellos van detrás. Corren pero siguen siendo la mar de imbéciles. 

¿Hay alguien más estúpido que el que sigue al estúpido?

Allá voy, correr hacia el fuego es liberador. ¿O el fuego es sólo un contexto y lo que de verdad importa es la muerte?




TENDRÉ QUE VOLVER. 
DISCULPAS POR EL RETRASO DE ESTA SEMANA ANTERIOR.

si alguien quiere enterarse de cuando actualizo que me agregue al facebook, allí lo anuncio.


1 comentarios:

C* dijo...

¿vas a por la chica?