lunes, 13 de septiembre de 2010

Una forma como cualquier otra de dar comienzo a una obsesión eterna

Se hace difícil volver a escribir cuando uno hace un tiempo que no lo hace. Seguro que alguno ha dicho alguna vez que eso es como montar en bicicleta, que no se olvida nunca, y puede que no le falte razón, pero es muy probable que también se me hiciera complicado mantenerme erguido sobre una bici. Puede hacer más de 15 años que no montó en ninguna. Es más que probable que me dé miedo, pero ni lo pienso, ¿para qué si es muy probable que nunca vaya a volverlo a hacer?

Sí que volveré a escribir, lo estoy haciendo ahora y volveré a hacerlo. Se hará difícil o no, pero lo que importa aquí es la necesidad, y la necesidad es inevitable y que así sea siempre.

Cosas que necesito: escribir, querer, que me quieran, comer arroz, escuchar al menos una vez al mes a Nacho, Planetas, Micah y los Smiths, ver una vez al año Donnie Darko, Casablanca, releer Lo Peor de Todo, a Bukowski y a Fresán con relativa frecuencia, perder la noción de humanidad y de consciencia, ir al Primavera Sound, La Real (hoy jugamos y ya estoy nervioso, dadme fuerzas), sexo (ay, ya lo puse en segundo lugar), sentirme mal por otra persona y bueno, saber todo cuando me han lanzado la piedra; alguna más que contaré otro día.



Recuerdo que empecé a escribir porque me obligó mi profesora de valenciano Carmen Rufino. Nos pidió un relato al estilo de La Plaça del Diamant de Mercé Rodoreda, yo no leía nada y no me leí ese libro tampoco, así que tuve que inventar. La semana antes me había leído Lo Peor de Todo de Ray Loriga, yo hasta entonces no leía nada, podría hacer varios años desde que acabé el último libro, seguramente alguno de Agatha Christie, y un día estaba muy aburrido en casa y en la mesita de mi hermano estaba ese libro. Cien páginas escasas, letra gorda, capítulos cortos, ¿por qué no? Pensé, y en 2 horas lo leí. Así que cuando me mandaron el trabajo pasé del estilo que me pedían y copie el de ése libro. Lo leímos en clase, yo no lo sabía que eso iba a ser así, por lo que cuando lo dijo empecé a sudar, yo estaba sentado el último de la última fila y me pasé el rato mirando el reloj y rezando para que no les diera tiempo a llegar hasta mí. El resto de cabrones de mis compañeros (alguno que otro incluso amigo) había escrito un folio escaso y la cosa iba rápida. Yo tenía al menos 10, conforme lo pensaba peor me sentía. Cinco minutos antes de la hora leyó Adrián que era el anterior a mí, cuando terminó Carmen Rufino me dijo que empezara, le dije que era muy largo y que no iba a dar tiempo, ella, con la poca fe que le daba el poco nivel de todo lo leído anteriormente me dijo que no me preocupara, que leyera hasta donde llegara. Así que empecé, cuando iba por la página 4 sonó el timbre, yo me paré y empecé a guardarlo todo. Entonces me dijo que esperara, y dirigiéndose al resto de la clase les preguntó si querían que siguiera, y que quien quisiera se podía ir. Se quedaron todos, a algunos los odiaba todo el tiempo, a todos los odie en ese momento. Tuve que terminar, era la última hora y esperaron todos y al acabar rompieron en un aplauso. Sentí entonces lo que no he dejado de sentir ya nunca, sólo que ahora ya no necesito el aplauso de nadie (aunque nunca viene mal), me vale con terminar un cuento y tener la satisfacción de que sea bueno o malo, es lo mejor que a día de hoy puedo a hacer.



Hay algo que lo hacía mucho peor, la chica a la que iba dirigido el cuento, la protagonista, estaba sentada 4 sillas a mi derecha, y yo, estúpido como era, disfracé su nombre de forma lamentable, y la describí exactamente tal y como era en la realidad.

No se dio cuenta.

O no quiso.

Luego hicieron el concurso literario por Sant Jordi. La misma profesora me dijo que presentara el relato, le dije que no, que menuda vergüenza si ganaba (en el fondo no es más que ego, ya fuerte y con sólo un cuento), entonces ella arremetió, si presentaba el relato y ganaba me subía un punto la nota. Yo, materialista como siempre he sido dije que vale. Y así lo hice. Gané, y me tocó salir a un escenario a recoger el premio. Bajando por las escaleras escuché a una chica que decía: qué asco de tío, y con todo lo bonito que fue aquel día eso es lo único que recuerdo con verdadera claridad.

El premio eran 10.000 pesetas en discos, Cogí cuatro para mi madre y dos para mí, uno de ellos era el Transformer de Lou Reed.




No escribí nada más en todo un año, pero a falta de una semana para el siguiente concurso, a mediados de abril, escribí otro. Volví a ganar. Me creí el ombligo del mundo, y empecé a escribir mucha mierda y a mandarla a concursos de verdad, creí que ganaría de calle, pero los perdí todos, así que un año después dejé de escribir. Lo dejé para siempre, hasta que 5 años después, un día leyendo a Hank algo me impulsó a levantarme y a lanzarme contra el ordenador. Escribí 7 cuentos en una tarde, 5 de ellos acabarían 7 años después en mi primer libro. Y ahora ya sé que nunca lo voy a dejar, no al menos para siempre.



Y bueno, con esto no vengo a decir nada, quizá tan sólo que uno tiene que tener claras sus necesidades y dejarse llevar por ellas, porque ¿para qué luchar contra algo que es mucho más fuerte que tú? Es muy épico pero más estúpido.

Y lo dicho, Gora Erreala!

4 comentarios:

trasquiladita dijo...

¿todo esto es cierto o vuelves a ser fiel a la ficción?

:)

anina dijo...

1. muchas necesidades tienes tu...

3. no leias ni los libros de Los Cinco??

4. m gusta la plaça del diamant :)

5. en serio el premio eran 10.000 pts???????????????

Alfonso Navarro dijo...

pues ya no sé si es verdad o mentira, pero molaría que fuera verdad, eh?

1. no son muchas y todas terrenales y baratas.

3. los cinco contra el calvo?

4. algún día lo leeré, en parte escribo gracias a él.

5. 10.000 a gastar en la peor tienda de música del mundo. sólo había 3 cds que me gustaban. y me quedé con dos.

C* dijo...

A ver, ¿quien era esa que dijo lo de que asco de tio? como la pille... jeje