martes, 11 de octubre de 2011

Serie Z: Capítulo 6. Una manzana podrida debajo del árbol

Recojo una manzana del suelo. No se ve ningún manzano cerca, se le ha debido caer a algún humano. Quito los gusanos y los dejo sobre una roca. Con una piedra plana los machaco y luego me los como. Muerdo la fruta cuando aún hay restos de insectos entre mis dientes. Recuerdo haber leído alguna vez que los insectos son muy nutritivos y que, de incorporarlos a la dieta habitual del planeta, se habría erradicado el hambre del tercer mundo. Por supuesto que aquello no llegó a ninguna parte. Podíamos hacer eso o una transferencia al año a Médicos sin Fronteras. Elegíamos la segunda opción. Nos importaba una mierda toda aquella gente muriéndose en África o en Bangladesh, pero dábamos ese dinero y luego lo comentábamos durante una cena en algún restaurante del paseo marítimo, lo decías nada más sentarte, por si luego se te olvidaba, entonces veías tantas copas delante de ti que no sabías cuál correspondía a cada bebida, esperabas a ver cómo actuaba alguno de los otros y hacías lo mismo y conseguías salir del apuro con el mismo alivio que debe sentir un secuestrado cuando ve que quien entra es un policía y no el terrorista que le lleva agua y pan cada mañana. Después de cada trago aprobábamos el vino y hasta nos permitíamos recomendar uno mejor. Y una vez todo en su sitio, volvías a sacar el tema. También recomendabas ONGs, sacabas la Blackberry y le enviabas el enlace al tipo que tenías delante. Creías impresionar a la mujer de otro y, al mezclarse con la tercera copa de vino, lo encontrabas excitante.

            Ahora que no puedo salvar a nadie y que lo único que consigo es alargar unos días más la vida de alguien que no quiere morir pero que tampoco le importaría, como gusanos y escarabajos, cucarachas y cualquier cosa que se me ponga delante.

            Y lo peor es buscar los remordimientos y no encontrarlos. Deben estar, pero lleva demasiado tiempo encontrarlos. No hay tiempo para casi nada, sólo para correr. Yo hacia el norte, habrá alguien que corra hacia algún lugar que constituya la consecución de un plan, supongo que el avanzará con más ganas, pero los dos correremos las misma suerte y suerte hay mucha, pero casi toda la que queda es de la mala.

            Sigo por el bosque, camino decidido pero sin correr, no hay prisa, la he ido perdiendo con el paso de los días y las noches, y las malas noticias que bien mirado podría ser la medida oficial de tiempo, la más exacta, la única con cierto valor. No hay donde llegar ni nadie que me espere. Esta clase de pensamientos son sentido del humor. Mi sentido del humor actual, el único y por tanto de un valor incalculable. A veces me río solo con estas cosas. 

Varias moscas me revolotean, primero son unas pocas y después son más. Algunas se me meten en la boca. Pocos metros después descubro el porqué. El cuerpo desnudo de la chica está debajo de un árbol, una imagen muy bucólica y hasta erótica si no fuera porque está muerta y despedazada, es como un esqueleto que sangra por sus huesos, no le queda casi nada de carne y tan sólo la cara le queda más o menos como sería antes a pesar de que le faltan los dos ojos. Es rubia y debió ser bonita. Si hubieran sido los infectados ya no estaría aquí, ya se habría despertado con la celeridad suficiente como para no ser comida del todo. Y además ninguno de ellos le arrancaría los ojos. A ellos no les importa que puedan verles comportándose como bestias salvajes. Debe ser la chica que gritó anoche. Los gritos con los que entré en la duermevela hasta caer en un sueño bastante profundo. Cuando me he despertado aún creía estar oyéndolos y se mezclaban con el trino de algunos pájaros nómadas. Es la histeria del bosque que ahora grita más alto que el planeta entero.

            Es mejor que me vaya, no deben andar lejos. 




 CABEZÓN QUE SOY CONTINÚA LA SEMANA QUE VIENE

(la pilarica es un zombie más)

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