viernes, 6 de agosto de 2010

The Wild Pasqui

Pasqui ha venido a eso de las 4 de la tarde, ha llamado al timbre, yo no he contestado, no esperaba nadie y sabía que no podía ser C. Debí haberme quedado aquí, encerrado con la persiana bajada como estaba, escribiendo un cuento largo que soñé ayer sobre un sheriff del far west que persigue a un asesino por algún desierto de Arizona. Soledad, venganza, odio, obsesión, homosexualidad, cadáveres, buitres, whisky, perros amigos para luego ser comidos, y en fin, la vida misma transportada a miles de kilómetros y algún siglo lejos de aquí. Pero no lo he hecho, me ha podido la curiosidad y me he acercado a la ventana, para ver quién era. Con cuidado he apartado el screen y he asomado mi enorme cabeza, miro abajo y nada, miro a la derecha y nada, miro a la izquierda y allí abajo el careto sonriente de Pasqui, agitando la mano de forma vibrante, más propio de alguien que aparta una mosca que de alguien que pretende saludar. Fuera de contexto de todas todas, para alguien que acaba de descubrir que no le querían abrir.

Me he sentido ridículo, he mirado y llevaba los pantalones puestos, algo es algo. Le he abierto.

-No me querías abrir, eh cabrón?

-No sabía que eras tú –nunca una verdad había servido tanto para en el fondo decir una mentira tan grande. Le ha parecido suficiente.

Le he ofrecido una cerveza. Heineken, son muchos años de FIB, mucho tiempo para ver el declive de algo que fue tan importante. No quiero pensar que los hijos sienten algo así cuando ven a sus padres envejecer y perder el dominio sobre sus facultades, para verlos sin ningún control sobre sus actos y pensamientos. Es duro. Todo lo que depende del tiempo lo es.



-Tío, no sé qué me pasa que ando salido. Soy incapaz de ver a una tía y no pensar: hay alguien que se la tira, no sé quién es, pero hay alguien o más de uno que se la tira, será hoy o mañana, pero alguien la va a penetrar, y eso es así, por mucho que ahora esté detrás de un mostrador en el ayuntamiento con cara muy seria y no queriéndome dar los papeles que sé que me puede dar o cortándome jamón a lonchas con la bata llena de sangre de cordero. Alguien lame ahí dentro. ¿Cómo lo ves?.

-No sé, el verano, él tiene la culpa de todo, para algo es la mejor estación del año.

-No sé, me veo en noviembre exactamente igual.

-Noviembre tiene más tristeza que minutos.

-¿Qué?

-¿No te leíste mi libro?

-Claro tío, de pe a pa. Podrías currártelo y escribirme un cuento alguna vez, que sea yo el prota.

-Por lo que me cuentas escribí 40. bueno, en verdad 900, pero 40 de ellos fueron publicados.

-Ah, joder, es que en verdad no lo he leído. Pero es que yo no leo nada, en serio. Nada que no sean fechas de caducidad. Eso sí lo leo siempre. Si hay alguna que cae en mi cumpleaños guardo el bote hasta que se amontonan demasiadas y luego las tiro.

-Joder, no lo sabía.

-Sí, lo hago, pero a lo que íbamos, que hay más, el caso es que he llegado al punto de estar en el Mercadona y dejar pasar al que estaba detrás de mí porque llevaba sólo un bote de leche, pero en verdad sólo lo he hecho para que la cajera pensara que soy alguien con quien merecería follar al menos un par de veces.

-No hay cajera de Mercadona que merezca entrar en la misma frase que follar.

-Por eso mismo lo digo. ¡Estoy enfermo! Fentxo, lo mío no tiene remedio.

-¿Y qué piensa tu mujer de todo esto? –sé que ha sido una pregunta maliciosa, pero no me he podido resistir.

-Joder, soy un cabrón, ¿no?

-No, sólo eres un ser humano en pleno verano, y si ya somos débiles con el frío, ahora nos deshacemos.

-Entonces no es tan grave, ¿no?

-Qué va tío, no lo es.

-Gracias, eres un colega, uno de los buenos.

Luego me ha contado que Giorgio tiene los dos brazos escayolados, al parecer se cayó de un árbol el otro día en el festival. No recuerdo que hubiera ningún árbol en todo el recinto, pero no me cuesta nada imaginarme a Giorgio subido a uno de ellos. Por nada en especial, porque es Giorgio, sólo por eso. Morirá pronto. Es duro también, y aquí ni siquiera el tiempo nos sirve de coartada.

Luego se ha ido y yo he seguido con mi cuento largo de vaqueros. No consigo ponerle cara a mi sheriff, me viene todo el rato la cara de Pike Bishop, por más que trató inútilmente de huir de esa película como quien esquiva olas en medio de una tempestad oceánica. Pero es imposible.



Tampoco puedo ponerle mi cara, porque me da miedo parecerme a él.

La obsesión es una hija de puta. Ya lo veréis si algún día lo publico. Lo podéis ver a poco que hurguéis en vuestra vida.

¿O queda aún alguien en esta planeta que no tenga ninguna obsesión?

2 comentarios:

C* dijo...

y nos vas a dejar leer tu cuento del oeste?

obsesión?? mmm no sé yo si tengo alguna...

Alfonso Navarro dijo...

primero me tengo que comprar un disfraz de clint eastwood,
todo tiene su proceso.


alguna tendrás, anda que no
jaja